29 sept 2013

Editorial

Estimados compañeros,

Hace 40 años la democracia latinoamericana se vio resquebrajada por el censurable golpe de estado contra el presidente chileno Salvador Allende Gossens (1908 – 1973), quien representaba a un conglomerado de fuerzas de izquierda agrupadas en la Unidad Popular y que, además, fue  legítimamente elegido por sufragio directo, universal y secreto.
Allende es recordado por haber sido un destacado político desde sus tiempos en la Universidad de Chile. Fue sucesivamente diputado, ministro de estado, senador y presidente de la Cámara Alta de 1966 y 1969. También, candidato a la presidencia de la república en cuatro oportunidades. En 1970 -en una reñida elección a tres bandas- obtuvo la primera mayoría relativa de un 36,6 por ciento, siendo ratificado por el Congreso de la República con el aval del Partido Demócrata Cristiano. De ese modo, se convirtió en el primer presidente marxista que accedió al poder a través de elecciones generales en un estado de derecho.
Su gobierno enfatizó el intento de establecer un camino no violento hacia un estado socialista usando medios legales –la vía chilena al socialismo–, como por proyectos como la nacionalización del cobre, la estatización de las áreas claves de la economía y la aceleración de la reforma agraria. Inició cambios económicos y sociales aplaudidos por los sectores menos favorecidos de la sociedad chilena y que, por cierto, motivaron la disconformidad de los ámbitos más conservadores.
Más allá del enjuiciamiento político de su gobierno –en el que enfrentó a los sectores reaccionarios de la derecha chilena aliada a la permanente intromisión conspirativa de la administración norteamericana del presidente Richard Nixon- Salvador Allende constituye un referente de consecuencia, coherencia y dignidad con los compromisos asumidos con su pueblo en defensa de la institucionalidad democrática.
No aceptó renunciar al cargo de jefe de estado. Pagó con su vida, el 11 de setiembre de 1973, salvaguardar la majestad del estado de derecho. Su voz firme, escuchada por sus compatriotas en su último mensaje a través de radio Caracol, evidencia la grandeza de un demócrata cuyas credenciales de honestidad, lealtad y decencia ocupan un honroso lugar en la historia continental. Su testimonio de vida constituye un ejemplo para hombres y mujeres que, a través de la actividad política, se han entregado a la causa del pueblo y de la justicia social.
Sus conmovedoras palabras finales muestran su enaltecedora dimensión moral: “¡Yo no voy a renunciar! Colocado en un tránsito histórico, pagaré con mi vida la lealtad del pueblo. Y les digo que tengo la certeza de que la semilla que hemos entregado a la conciencia digna de miles y miles de chilenos, no podrá ser segada definitivamente. Tienen la fuerza, podrán avasallarnos, pero no se detienen los procesos sociales ni con el crimen ni con la fuerza. La historia es nuestra y la hacen los pueblos”. Honor y gloria a Salvador Allende.

                                                                                                     Arturo Loli Caballero
                                                                               Secretario General
Comité  Ejecutivo Distrital de San Borja
Partido Aprista Peruano

Corrupción fujimorista no tiene comparación


El ex fiscal supremo Avelino Guillén indicó ayer que la magnitud de los actos de corrupción durante el gobierno del ex presidente Alberto Fujimori no tiene comparación a los cometidos en otros gobiernos, al comentar el aniversario 13 de la aparición del video “Kouri-Montesinos” que salió a luz el 14 de setiembre del 2000.

“En el gobierno de Fujimori se perpetraron actos de corrupción que no tienen parangón ni comparación en la historia del país o de la humanidad”, indicó. Dijo que los fujimoristas tomaron por asalto el estado desde 1992 y cometieron actos de corrupción por el que están presos varios funcionarios de la época.

“Se instaló un aparato paralelo de gobierno en el Servicio de Inteligencia Nacional cuyas cabezas visibles eran Fujimori y Montesinos, y que era el inicio de una cadena de mando que perpetró actos de corrupción y que le costó al país miles de millones de dólares. Tomaron por asalto al aparato estatal desde 1992, controlando todo el poder”, dijo.

El ex fiscal recordó que Fujimori se declaró culpable de este proceso de compra ilegal de parlamentarios electos, que fue ejecutado por su asesor Vladimiro Montesinos por órdenes expresas suyas.

Indicó que es urgente y necesario que se castigue el transfuguismo, que consiste en cambiarse de partido por dinero o prebendas, al comentar el aniversario 13 de la aparición del video “Kouri-Montesinos”, que es un símbolo de la corrupción durante la dictadura fujimorista.

“Debe de haber mecanismos de sanción para evitar que sigan dándose estos cambios, que responden más a expectativas personales que a otras consideraciones”, dijo Guillén.

Indicó que la ciudadanía, al votar por un candidato, lo hace para que éste defienda ciertas ideas y al partido político al que pertenece; pero que al cambiarse de partido, dijo, está burlándose de su elector. Al comentar el referido video, dijo que es una demostración de que el ex asesor de Alberto Fujimori pagaba dinero a fin de que un político deje su organización para pasarse a otra.

“Si todos nos ponemos de acuerdo para enfrentar a la corrupción, el transfuguismo, podemos hacerlo”, añadió, recordando también que durante los gobiernos de Valentín Paniagua y Alejandro Toledo se procedió a enjuiciar a numerosos miembros de la red de corrupción fujimontesinista. Recordó que esta falta de corrección y las prácticas delictivas perpetradas entonces llegaron a grados superlativos durante el decenio en el que Alberto Fujimori fue presidente.

Fuente: Diario La Primera

Sin unión civil no hay inclusión

María del Pilar Tello (*)


Tengo muchos amigos gais a los que quiero y admiro tanto como a los que son heterosexuales. No hago diferencia entre ellos porque me demuestran cada día que no la hay en cuanto a  capacidades intelectuales y cualidades humanas. Formamos parte de una misma sociedad y solo la gente que ve el mundo con lentes oscuros y a cuadritos puede manifestar homofobia y rechazo a la unión civil que se convertirá en ley de aprobarse el proyecto presentado por el congresista Carlos Bruce.


Se trata de extender los derechos y deberes que tiene todo ciudadano peruano a gais y lesbianas. En una sociedad abierta y dinámica que marcha hacia el progreso, con el aporte de todos, no hay lugar para la discriminación ni para que algunos apuesten sectariamente por la infelicidad de un sector de ella.

Es muy importante que los ciudadanos gais se sientan integrados y no excluidos de una sociedad a la cual pueden entregar su aporte individual, y en parejas, con gran sensibilidad y capacidad. Ni razón ni lógica asisten a la innoble campaña por discriminarlos, por separarlos para que carezcan de los mismos derechos que todos tenemos. Para penalizar el afecto que pueden tener por personas del mismo sexo e impedir que sean parejas con relaciones estables y monógamas. A alejarlos de ese hermoso derecho que la declaración de la independencia de los Estados Unidos nos legó: el derecho a la búsqueda de la felicidad.

Si el gobierno de Ollanta Humala ha colocado como una de sus  banderas esenciales a la inclusión no se entendería que su bancada se opusiera a la unión civil de los homosexuales. El estado está obligado a proteger a las personas sin distinción alguna,  a descartar las desigualdades y la discriminación como aquella que, sin pudores, exhibe el cardenal Juan Luis Cipriani, instalado en una lógica medieval que lo aleja del predicamento del mismo Papa Francisco que se ha mostrado tolerante, generoso y humano con este tema.

No le falta razón a Alan García Pérez quien, al pronunciarse a favor de la unión civil entre personas del mismo sexo, ha recordado a Cipriani que estamos en un estado laico y que todos tenemos derecho a la libertad sin tener porque escandalizarse por un pacto civil y legal. No es asunto de la iglesia sino de la sociedad que establece libremente sus normas de convivencia.

En España durante la presidencia del social demócrata José Luis Rodríguez Zapatero se aprobaron las leyes más progresistas de su historia referentes a derechos reproductivos y sexuales dando ejemplo internacional de mente abierta y modernizante que fue recogido en decenas de otros países. Así la unión civil, como estado civil similar al matrimonio, ya existe con validez legal, en Colombia, Ecuador, Brasil y Uruguay, Ciudad de México, Buenos Aires, entre otros.

Sería una vergüenza que en pleno siglo XXI en el Perú nos refugiemos en anacronismos medievales y criterios biológicos y éticos trasnochados y demos al mundo una muestra de homofobia y retraso. En un mundo donde felizmente millones de parejas del mismo sexo ya gozan de importantes derechos civiles, como toda pareja heterosexual. Que el Perú sea el siguiente pueblo que cuente con la unión civil, recordando el derecho a la felicidad de todos. Los ciudadanos nacen libres e iguales, no lo debemos olvidar.


(*)   Periodista, analista política, escritora, docente universitaria, integrante del Comité Técnico de Alto Nivel del Acuerdo Nacional y ex presidenta del directorio de Editora Perú.

Y usted: ¿Se la lleva fácil?

Wilfredo Pérez Ruiz (*)


Desde hace algunas semanas está circulando la última y pegajosa composición que interpreta Julio Andrade -conocido por su voz de lija- que bien podría entenderse como una suerte de himno al menor esfuerzo. “Se la llevan fácil” es el título de ese estribillo que ha suscitado polémica en las redes sociales, olvidando que expresa una conducta vinculada a la imperfección, la falta de creatividad y perseverancia.


A través de su tortuosa letra, la canción de nuestro popular “garganta de lata”, refleja una realidad mucho más cercana de la percibida y rebasa los ámbitos inherentes a la ausencia de éxito en los cantantes peruanos. A continuación unos pocos ejemplos de quienes se la “llevan fácil” ante la indiferencia ciudadana.

Los políticos son mandatarios de un pueblo inmaduro, poco agudo en sus criterios de elección, manipulable e influenciado por estados anímicos. Prometen, mienten, usan sus cargos para servir a intereses sórdidos y oportunistas y, por último, desfiguran la política en una cómoda manera de mejorar su estatus. Se apoderan de la conducción de los partidos, creen ser mesiánicos, compran millonarias propiedades, terminan involucrados en enriquecimientos ilícitos, desbalances patrimoniales y hacen de su cometido una forma de latrocinio. Poco o nada les interesa los destinos nacionales y las demandas de los más necesitados. Los políticos expulsan de su entorno a los ciudadanos honestos deseosos de servir al bien común.

Los funcionarios públicos dedicados a sellas papeles, poner trabas y, además, vegetan inmersos en su rutina diaria, jurando lealtades efímeras, obstruyendo el fluir de ideas y propuestas. Estos servidores frívolos, titubeantes, pusilánimes e insensibles utilizan el estado como medio de subsistencia, para resolver sus apremios económicos, sin realizar mayor desgaste cerebral. Olvidaba: Conozco a varios de ellos (de militancia aprista) a los que por error convoqué para acompañarme en mi gestión en el Parque de Las Leyendas y cuya ineficiencia no conoció límites. Tras sus buenas apariencias, modales y formas, se escondía individuos sórdidos y desmedidos en su deslealtad. Seres poco pensantes que ejercieron cargos de confianza y que, además, solo sabían “respetar” escrupulosamente los procedimientos establecidos con el afán de justificar su pobre producción neuronal, su parálisis cognitiva y su hemiplejia moral. Su desidia permitiría edificar un monumento en alguna plaza de la capital.

Los alumnos habituados a bajar sus monografías del internet y obtienen, gracias a sus despistados profesores, buenas calificaciones por haber “copiado y pegado”, sin realizar el mínimo esfuerzo pensante para analizar e investigar. Es usual verlos inmersos en las nuevas tecnologías a fin de reducir los tiempos que demandaría la elaboración exhaustiva de sus quehaceres. Estudian únicamente para las evaluaciones, acumulan faltas y se diferencian por su carencia de entusiasmo y entrega.

Los docentes, esos maravillosos colegas que llegan tarde a sus jornadas académicas, repiten su inigualable y limitado libreto en cada ciclo, dejan las mismas tareas, contestan su celular en el aula, son “mil oficios”, confeccionan exámenes “descafeinados” para evitar emplear sus valiosos horarios en evaluarlos, cobran cada quincena y así subsisten durante décadas -convirtiéndose en inamovibles “vacas sagradas”- gracias a sus influencias. Han transformado la docencia en una labor opuesta a la innovación, el debate ilustrado y la intelectualidad. Es muy lamentable apreciar un sistema educativo infiltrado por banales seres que distorsionan la seriedad de esta noble misión.

Los profesionales que fingen estar ciegos, sordos y mudos para subsistir en la empresa y, de esta manera, obvian hacerse “problemas”. No asumen compromisos, evaden decir lo que piensan, rehúyen exhibir una posición determinada, se limitan en sus desempeños, puntuales marcan su tarjeta de salida, rehúsan presentar iniciativas, temen al cambio y “flota” su mediocridad como una botella en el mar.

Los piratas intelectuales suelen reproducir el trabajo de terceros, lo registran a su nombre y obtienen asesorías empleando inteligencias ajenas. Existen muchos en un país en donde el plagio es tan común y apetecible como el “ají de gallina”. Incluso es tomado con sorna en diversos momentos. Lo afirmo con la autoridad de haber sido copiado en reiteradas ocasiones en entidades en las que el docente es un proveedor sin derechos y solo con obligaciones.  

El enunciado “se la llevan fácil” es una nefasta manifestación de la informalidad, el relajo, la actitud tibia, la conducta criolla, la irresponsabilidad, la ausencia de identificación con los deberes contraídos, la inexistencia de sentido de pertenencia con nuestras obligaciones, entre otros males. Lo más censurable es que esto es observado con absoluta resignación en la sociedad actual.

Debemos insistir en la imperiosa exigencia de encarar nuestra realidad –con una mirada crítica, disconforme y reflexiva- a fin de promover una revolución en la conciencia y en el alma de una comunidad urgida de confrontar defectos, miedos, apatías y debilidades y, especialmente, comprometerse a superar la enorme pobreza ética, cultural y cívica que nos lastima. 

En tal sentido, cada uno de nosotros podemos empezar por imponernos nuevos retos, metas ambiciosas y ganas de superarnos –no solo en lo económico- en nuestra percepción personal y comunitaria. Recuerde cuando quiera usted “llevarse fácil”, las sabias palabras del prestigioso escritor norteamericano Richard Hugo: “El trabajo endulza la vida; pero no a todos les gustan los dulces”.

(*) Docente, consultor en organización de eventos, protocolo, imagen y etiqueta social. http://wperezruiz.blogspot.com/

Cada vez menos partido

Estuardo Muñiz Estrada (*)


Como es de conocimiento, como resultado de la revocatoria municipal realizada en Lima fueron destituidos 22 regidores, 20 de Fuerza Social y 2 de Solidaridad Nacional. En virtud de ello,  el Jurado Nacional de Elecciones (JNE) ha programado elecciones para reemplazarlos.


Se han inscrito siete agrupaciones: Acción Popular, Somos Perú, Partido Humanista, Partido Popular Cristiano, Perú Posible, Siempre Unidos y Tierra y Dignidad, ésta última fachada de quienes respaldan a la actual alcaldesa de Lima. Como para los elegidos el mandato será de un año, dichas agrupaciones han inscrito en su mayoría jóvenes y bisoños políticos para que se vayan fogueando.
Como se está haciendo costumbre el Partido Aprista Peruano no ha presentado lista, continuando con lo que parece ser su tendencia de participar solo cuando compite AGP, como si se quisiera guardar fuerzas para ello. Olvidando que las batallas de los partidos democráticos están en las elecciones, en las luchas populares defendiendo los intereses del pueblo, levantando sus propuestas y para ello son importantes las tribunas parlamentarias, regionales, municipales y la presencia en las organizaciones sociales y sindicales.

Precisamente los líderes salen de esas confrontaciones, no de cursos acelerados ni de la capacidad de insultar en las redes en internet. Así fue organizado el partido de Haya de la Torre, así se fue forjando y haciéndose parte de la sociedad peruana y en un tiempo, también de la patria grande, Indoamérica. Su presencia fue tan importante que hasta los dictadores y, por supuesto, los gobernantes democráticos no podían tomar grandes decisiones sin considerar al Partido del Pueblo y sin consultar –muchas veces en contra de su voluntad- a sus dirigentes. El partido era importante por su presencia en el Congreso de la República -cuando lo había-, en sindicatos, universidades, colegios profesionales, organizaciones sociales y en la sociedad peruana.

La inexplicable política de los responsables de la dirección de no participar en elecciones, no solo nos quita presencia social, sino además desactiva al Partido del Pueblo, a su organización, propicia el desbande y permite que enemigos intenten dividir a la militancia, como aquellos que propiciaron las otrora candidaturas de Ollanta Humala y de Susana Villarán. Mientras sigamos así y nos limitemos a participar en las redes seremos vulnerables y cada vez menos partido.


(*)  Economista con post- grado en Finanzas y Planeamiento. Consultor del Instituto Nacional de Desarrollo y de la Municipalidad Metropolitana de Lima. Ex dirigente estudiantil y secretario general del sector 7mo. del Comité Distrital de La Victoria.

Bolivia y Chile en la Corte de la Haya

Juan Herrera Tello (*)


El 24 de abril el ahora denominado Estado Plurinacional de Bolivia, ha demandado a su par chileno, ante la Corte Internacional de Justicia con sede en La Haya, para que este organismo internacional falle emplazando a Chile, y este, negocie de buena fe, con el propósito que Bolivia obtenga un acceso soberano al océano Pacifico.


Las negociaciones en el Derecho Internacional Público contemporáneo, son evidentemente de buena fe, es imposible que lo contrario sea considerado derecho. Por eso desde el mismo planteamiento boliviano, encontramos una retórica propia de principiantes, como si se tratara otra de “las bromas” a los que nos tiene acostumbrado el actual presidente plurinacionalista boliviano.
En la demanda planteada no se invalida y menos se niega el Tratado de 1904, instrumento internacional donde Bolivia cede a perpetuidad su antigua costa, sin que de por medio su capital esté ocupada, y menos que su parlamento haya sido coaccionado para realizar aquella cesión; como en otras oportunidades he manifestado, el Tratado de 1904 no es más que una política de estado consumada por dos administraciones bolivianas diferentes, esta se inició en el periodo presidencial de José Manuel Pando y se culminó durante la administración de su sucesor, Ismael Montes.

Hemos visto que algunas autoridades bolivianas, no obstante dirigir los destinos de su país desde encumbrados puestos públicos, afirmar con mucha seguridad que el Tratado de 1904 había sido impuesto por la fuerza. Esta demanda era la ocasión fundamental para demostrar aquello de la “imposición”, pero como hemos ya comprobado solo se trata de infortunadas expresiones de personajes innombrables que se encuentran de espaldas a sus textos de historia y con la demanda se determina consolidación del Tratado ciento nueve años después.

Chile ha logrado con esto un importante reconocimiento sin quererlo, y su victoria de 1879 refrendada en un Pacto de Tregua en 1884 primero, y en el Tratado de 1904 después, ahora en pleno siglo XXI el Estado Plurinacional de Bolivia, “sucesor del viejo, caduco y oligarca estado boliviano”, ha oleado para la posteridad, todo aquel reclamo por una costa en territorios que alguna vez fueron del altiplano.  

La guerra de 1879 se inició porque el estado boliviano violó una clausula económica del Tratado de 1874, ante esta situación el Perú estaba ligado a Bolivia por un Tratado de Alianza Defensiva y no obstante que Bolivia no había sido agredida, el Perú decidió ir en defensa de su aliado. La guerra acabó para Bolivia el 26 de mayo de 1880, a partir de esa fecha el Perú cargó con todo el peso de la contienda hasta que fuera vencido su último bastión de resistencia en Huamachuco; Lima, la capital de la república había sido ocupada años atrás y la capitulación de Ancón fue el remedio doloroso para obtener la paz, y liberar el territorio nacional de la desgracia en que se había sumido una parte de nuestro territorio. Es necesario recordar lo ocurrido con el Perú a quien se le impuso el Tratado de Ancón, muy diferente al caso boliviano.

Volviendo a la demanda boliviana, si el Tratado de 1904 no ha sido negado, entonces. ¿Cómo pretende obtener una costa en el Pacífico? Es imposible que sea al sur de su antiguo litoral, ya que no hay posibilidad de una continuidad geográfica entre el territorio boliviano con la costa. Lo que busca “nuestro aliado histórico” es una salida al mar por lo que fue territorio peruano. Lo cual indica la continuación de la bajeza en que incurren las autoridades altiplánicas, por querer obtener una parte de la amputada heredad territorial del Perú que fue el fruto de la victoria de Chile y causa de una guerra de conquista, además de la desgracia de todo su pueblo. Acá no se trata de revanchismos.

La misma demanda altiplánica establece que Chile está obligado a tratar y luego ceder una costa a Bolivia; que esta obligación ha sido incumplida y que es deber de Chile cumplir.
La demanda boliviana se inicia diciendo que hay una “disputa”. Ante eso nos preguntamos: ¿Qué territorios se encuentran en esa situación, cuando hay tratados internacionales donde se demarcan fronteras ya establecidas? La disputa existe cuando un territorio se encuentra en indefinición de su soberanía, y dos o más estados se encuentran en conflicto por el mismo. Bolivia no ha establecido un territorio, menos lo ha singularizado, y para que haya una disputa se necesita que los títulos del poseedor no sean conformes a derecho. Las disputas se hacen sobre la base de cosa cierta, y con mayor razón con lo que fue propio, y por un acto de fuerza se le arrebató.

Lo único que fue propio para Bolivia fue su llamado territorio litoral, el viejo Partido de Atacama, como así rezaba la demarcación colonial, y que se encontraba dentro de la jurisdicción del Perú al momento de su independencia, hasta la usurpación realizada por Bolívar, que privó a Chile y al Perú, que limiten como lo habían estado ancestralmente. Entonces nos encontramos con una “disputa” sobre cosa ajena, un proceso por territorios que no fueron ni por asomo bolivianos.

Si el Tratado de 1904 no se encuentra en discusión, entonces los territorios que si se encontrarían en “disputa” son Tarapacá y Arica, lugares por donde si hay una continuación territorial hacia el océano, con lo cual está demostrado que el doblez de la política internacional del ahora llamado Estado Plurinacional de Bolivia es el de revisar tratados que ellos no son signatarios con el propósito de involucrar al Perú en su contencioso, como lo veremos en otra parte, analizando cada uno de sus supuestos “fundamentos” en lo cual debemos estar preparados y rechazarlos como una constante corona fúnebre a aquellos que no se corrieron por la defensa de nuestra heredad territorial.


(*)  Abogado, experto en asuntos internacionales e históricos, cercano colaborador y discípulo de Alfonso Benavides Correa. jcherrerat@yahoo.com

Una dignidad llamada Salvador Allende

Erick Camargo Duncan (*)



Publicamos una documentada reconstrucción de los dramáticos hechos ocurridos hace 40 años, en la víspera del golpe de estado, sucedido el 11 de setiembre de 1973, contra el presidente constitucional chileno Salvador Allende por parte de las Fuerzas Armadas.



Es 10 de setiembre de 1973. Las maniobras golpistas han empezado en la noche, cuando los buques de guerra de la armada sitian y se toman Valparaíso. Es la época propicia, pues es precisamente setiembre el mes en el que se adelantan maniobras conjuntas de unidades americanas y chilenas, en el marco de la Operación Unitas, en el Pacífico. A esa hora el médico y masón, amante de la vida, de las flores y del arte, Salvador Allende, se halla en su casa ultimando detalles para la convocatoria a plebiscito que anunciará al día siguiente, once de setiembre.
Ha pasado la tarde del diez analizando los posibles escenarios para salir de la crisis que afronta el país, provocada por el sector más reaccionario de la derecha chilena y el gobierno estadounidense de Richard Nixon. Su esposa, Hortensia Bussi, “la Tencha”, lo recordaría ese día como el más tenso de su vida. Ella había llegado procedente de México en representación del gobierno chileno, que mandaba a través suya ayuda humanitaria y la solidaridad del buen corazón del presidente para mitigar los daños del cataclismo que casi acaba con el país azteca. Lo recordaría para siempre, inflamado de tensión mientras se probaba las chaquetas de primavera que le había encargado, y que le quedaron bien, cuando dijo: “a ver si estos me dejan usarlas”; a lo que ella replicó “¿tan mal están las cosas, Salvador?”. Aquella noche de setiembre, en la casa presidencial de Tomás Moro, Salvador Allende cena con la Tencha, su hija Isabel y unos fieles amigos históricos entre los que se encuentran Orlando Letelier, su ministro de defensa, y Augusto Olivares, su amigo periodista y cercano consejero. Ambos morirán después bajo la omnipresencia fatal de la conspiración.

También está Joan Garcés, el politólogo español que lo acompañará esa noche hasta tarde junto a Augusto Olivares y que se convertirá, quizá, en el mayor enemigo declarado de Pinochet en el panorama internacional, que muchos años después logrará que el juez español Baltasar Garzón compulse copia de detención contra el dictador. El turbio y lúgubre silencio de aquella cena se romperá cuando Salvador Allende dé un golpe en la mesa, y diga: “voy a llamar a plebiscito. Va a ser el pueblo el que decida si debo irme o no”.

Era un hombre perseverante y de buen humor, tres veces había sido candidato presidencial y en todas terminó derrotado, hasta que logró su objetivo en el cuarto intento. Su gobierno había empezado con buena salud y las cifras al cabo del primer año de gestión eran contundentes. Mediante reforma agraria se habían reincorporado a la propiedad social 2.400.000 hectáreas de tierras activas. Se habían nacionalizado cuarenta y siete empresas industriales y la mayor parte del sistema de créditos, la unidad popular también había recuperado para la nación todos los yacimientos de cobre explotados por las filiales de las compañías norteamericanas, de un tajo y con un solo acto legal que no contempló indemnización alguna, pues el gobierno calculó la excesiva ganancia de ochenta mil millones de dólares que habían hecho las empresas en quince años. También se había logrado detener la inflación y aumentar los salarios en un cuarenta por ciento.

Pero la conspiración que el gobierno de Allende llevaba a cuestas no tenía parangón alguno, es quizá el golpe de estado más sostenido en el tiempo que jamás se haya visto, pues no comenzó aquella noche del diez en que los buques de la marina se tomaron Valparaíso sino tres años antes cuando el pentágono solicitó a la carrera doscientas visas para que en el país austral aterrizara un orfeón naval que nunca existió, y que en realidad era un grupo de mercenarios sin corazón que llegaría dispuesto a evitar la posesión del primer candidato socialista elegido por votos en el mundo. El boicot se cayó por su peso cuando el gobierno descubrió el plan y negó las visas. El cuatro de setiembre Salvador Allende se posesionó como presidente de la república y días antes ya habían visto a Richard Nixon, presidente de Estados Unidos, maldecir en privado y golpearse la palma de una mano con el puño de la otra mientras decía “ese hijo de perra”.

El boicot arreció en fuerza y entonces la CIA, alentada por el secretario de Estado y mano derecha de Nixon, Henry Kissinger, contactó a un par de generales adeptos a una escalada armada y fraguaron el asesinato del comandante en jefe de las fuerzas militares, un hombre constitucionalista y fiel a los designios de la democracia llamado René Shneider, que murió en el hospital después de recibir tres balazos por parte de unos sujetos que lo interceptaron cuando se dirigía a su oficina.

La idea no era otra que culpar al recién electo presidente y a su partido, la Unidad Popular (UP), de querer hacer una purga sangrienta en las más altas esferas militares para imponer mandos de ideología castrista y así legitimar el golpe prematuro. El plan no funcionó y los altos militares inmiscuidos en el asesinato del general fueron retirados. Tumbar a un presidente electo por vía democrática no iba a ser fácil y Nixon entendió que de hacerlo, Estados Unidos sería repudiado a escala global; fue entonces que decidieron redactar un documento oscuro que pasó a los anaqueles de la historia bajo el título de “Memorándum 93”, firmado con la rúbrica de Kissinger y distribuido a la CIA, al Departamento de Estado, al de Defensa y a Usaid, que contenía una serie de medidas económicas destinadas a “hacer chillar la economía chilena”, como Nixon había dicho en privado; entonces se recortaron los préstamos de los bancos multilaterales a Chile, se terminó el financiamiento a las exportaciones americanas, se hizo lobby hasta garantizar un mínimo de actividad económica por parte de los inversionistas y se cortaron los programas bilaterales de ayuda económica.

No bastando con esto, el gobierno de Estados Unidos engatilló a la economía chilena mediante una serie de acciones que depreciaron el valor del cobre en el mercado internacional, el principal recurso natural de Chile. La situación se agudizó porque gran parte de las operaciones comerciales dependían de los créditos para financiar la adquisición de maquinaria y repuestos de gran parte de la industria chilena, estructurada en un ochenta por ciento a base de productos importados, incluyendo el trasporte, de ahí que uno de los sucesos claves desencadenantes del golpe fuera la huelga de camioneros, que de manera literal paralizó al país. Una semana antes del golpe no era posible siquiera conseguir pan o leche en las tiendas de barrio y almacenes.

Con los años se sabría que un flujo negro de dólares patrocinó el paro de trasportadores, que los dueños de los camiones terminaron por darles a los huelguistas una suma de 2.800 dólares con tal de que se sumaran al levantamiento y que esos dólares habían sido consignados por agentes de la CIA. Esa fue la economía enardecida y saboteada que tuvo que enfrentar Salvador Allende, con el agravamiento de una deuda externa creciente contraída en el gobierno anterior que él se empeñaba en renegociar y que nunca logró hacerlo debido a que Nixon aisló a los organismos de crédito de Chile, ejerció presión sobre las naciones europeas dispuestas a otorgarle crédito, y al final negó de manera rotunda el escenario de la renegociación de la deuda chilena. La historia develaría también que desde el primer mes del año del golpe, un grupo de economistas fratricidas que se darían a conocer como los Chicago Boys se encargó de redactar un plan económico que se conocería como el ladrillo, y que consistía en una serie de medidas económicas que se implementarían tras, literalmente, asestarle el ladrillazo del golpe al gobierno de la UP.

La última noche de su vida Salvador Allende durmió mal y poco. A las 6:30 de su mal día recibirá la noticia de los buques acuartelados y de las tropas que empiezan a movilizarse hacia la capital, y mandará cerrar la vía que conduce de Valparaíso a Santiago. Una hora después llegará a La Moneda para ponerse al tanto de la magnitud de la conspiración. La plaza contigua al palacio presidencial estará ocupada por tanques de la policía militar, que a esa hora parecerán custodiar la seguridad del presidente, pero que una hora más tarde darán media vuelta para ensanchar la lista de fuerzas unidas al golpe. Como no es su costumbre, entrará por la puerta principal a la Moneda y mientras suba las escaleras rumbo a su despacho se encontrará a su secretaria, y sonriente le dirá: “¿qué hace aquí tan temprano?, hoy no va a ser como el 29 de junio, hoy será un día especial”.

El optimismo matinal que llevaba ese once de setiembre se fundamentaba más en el precedente del golpe sofocado con éxito hacía unos meses y en el buen horizonte que se dibujaba a raíz de la convocatoria a plebiscito que en el conocimiento real de la magnitud del movimiento que enfrentaba esa mañana. Algunos de los que lo acompañaron esa día recordarían después que mientras tanteaba el potencial de la fuerza insurrecta, se le oyó decir “Pobre Pinochet, a esta hora deben haberlo secuestrado ya”. Augusto Pinochet había sido el último en unirse a la conspiración después de ser convencido por los argumentos del general del aire, Gustavo Leigh, que lo visitó en su casa mientras celebraba el cumpleaños de su hija. Vestidos de ropa deportiva y hablando con la frialdad con que se discute cualquier tema de orden cotidiano en el patio de la casa, el comandante en jefe del ejército le dio el visto bueno a la encerrona planeada para el once.

El desequilibrio restante al interior de las fuerzas armadas se daría cuarenta y ocho horas antes cuando los generales adeptos a Salvador Allende fueran expropiados de su jerarquía, sin saberlo. Pinochet había sido ascendido a comandante en jefe del ejército después de que el general Carlos Prats renunció ante las presiones de los demás generales, que habían llegado al límite de haber enviado a sus esposas, sumadas a las de otros trescientos oficiales, a la puerta de la casa del general para mostrar su indignación y descontento con la gestión que llevaba. El día del golpe Salvador Allende trataría de localizarlo sin éxito en el rincón más recóndito del país, pues Prats había demostrado ser un hombre leal, un general constitucionalista que lo había respaldado meses atrás enviando tropa para enfrentar a un general acuartelado de las fuerzas aéreas que se negó hasta el último día a dejar el cargo después de comprobarse que era parte de un circulo de conspiración.

Tres días antes Prats había avisado a Salvador Allende sobre la inminencia de un golpe y lo habría convidado a realizar una reunión de emergencia con Pinochet para ponerlo al tanto de la situación, reunión que se dio al día siguiente en la casa presidencial de Tomás Moro, en la que el general turbio le ratificó a Allende los votos de lealtad. Lo que no sabía Allende la fatídica mañana del once mientras trataba de localizar por todo Chile al hombre que días atrás le había advertido la inminencia del golpe, su amigo y cercano colaborador Carlos Prats, es que era poca la ayuda que en ese momento podía darle el leal general, pues ya figuraba en el radar de los conspiradores y moriría dentro de un año como consecuencia de una bomba que viajaba escondida en su auto de exiliado, en Argentina.

Una hora después de haber llegado a La Moneda, Allende se enterará de que la totalidad de las fuerzas armadas están en su contra y Pinochet hace parte de la conspiración. A su lado se hallarán el director y subdirector de la Policía Militar, dos generales fieles y acorralados que para ese momento ya no tendrán poder alguno, y habrán sido removidos de sus fueros por los golpistas. Al almirante Montero, comandante en jefe de la Armada, lo aislarán desde temprano en su casa: su carro no servirá aquella mañana, la casa será rodeada por soldados y los candados de la entrada serán cambiados. Allende nunca se enterará.

En ese momento ya se habrá preparado para lo peor. Los golpistas le ofrecerán con reiteración un avión para sacarlo del país junto a su familia, y el mismo Pinochet pasará al teléfono: “yo no trato con traidores, y usted, general Pinochet, es un traidor”, le dirá el presidente antes de colgar con determinación. La insistencia aumentará, y el hombre que se había tomado el poder en la Armada y había aislado al almirante Montero, el almirante Toribio Merino, pasará al teléfono y la dignidad de Allende volverá a hacer presencia: “rendirse es para los cobardes y yo no soy cobarde. Los verdaderos cobardes son ustedes que conspiran como los maleantes en la sombra de la noche”, le dirá.

Lo único que en ese instante turbará su serenidad de metal será la presencia de las mujeres en La Moneda, ocho en total, incluyendo a sus dos hijas Isabel y Beatriz, que llegarán en un espacio de tregua del tiroteo incesante para apoyar a su padre, Isabel con su presencia y Beatriz con sus ocho meses de embarazo y un revolver que llevará escondido en la mochila. Ambas dejarán La Moneda cuando Salvador Allende tome la decisión inobjetable de sacar a todas las mujeres. Tomará el teléfono y llamará a uno de los generales sublevados: “aunque es usted un traidor, espero que no sea también un asesino de mujeres”, le dirá. Así logrará sacar a las mujeres de La Moneda sin un rasguño pero con el corazón compungido al despedirse de sus hijas. Un extraño mecanismo de defensa le borrará de la mente a Isabel las minucias de aquella mañana, a excepción del momento de la despedida y el nudo en la garganta que le producirá abrazar a su padre por última vez, y Beatriz, atribulada con el paso del tiempo por no haberse quedado atrincherada a su lado, terminará suicidándose al cabo de cuatro años, un once de octubre, en La Habana.

Después de esto empezará el tiroteo sin tregua entre una fuerza descomunal y un presidente aferrado a su legitimidad, acompañado por un exiguo grupo de amigos personales que combatirán a su lado hasta el final, armados de revólveres, fusiles y algunas bazucas, algunos llamarán a sus casas a despedirse por última vez. Después de esto, Salvador Allende intentará una tregua en la que aceptaría dejar el cargo a cambio de que se armara un gobierno transicional, sin él, que respetara las conquistas conseguidas hasta entonces, y se escuchará la respuesta de Pinochet filtrada en la radio: “de ningún modo amigo, muerto el perro se acaba la rabia”. Después de esto, los tanques de guerra bombardearán La Moneda y los Hawker-Hunter estallarán sus misiles contra las paredes del recinto presidencial, que comenzará a sucumbir bajo el fragor de las llamas. Augusto Olivares se suicidará tras horas de combate al darse cuenta de que la causa se ha perdido y el presidente pedirá un minuto de silencio en su honor en medio de la arremetida.

Allende se rendirá, todos los que luchan a su lado conocerán su dimensión histórica cuando les estreche la mano uno a uno y les agradezca con la serenidad de sus mejores días. Después de esto, el presidente legítimo de un país morirá en su oficina, solo y sembrando una eterna duda sobre su destino final. Morirá empuñando un fusil que será el primero y último que utilice jamás en sus sesenta y cuatro años de vida. Algunos, como Fidel Castro y García Márquez dirán que murió de pie, combatiendo, solo, cuando evacuaron La Moneda y entraron a capturarlo. Su familia afirmará que se habrá suicidado, propinando un golpe moral, intemporal, para quienes lo golpearon.

Después de esto la dignidad cambiará de nombre para siempre: se llamará Salvador Allende. Esto ocurrirá el once, ahora es diez y las maniobras golpistas han empezado en la noche. El médico y masón, amante de la vida, de las flores y del arte, Salvador Allende, se halla en su casa ultimando detalles para la convocatoria a plebiscito.


(*) Periodista y enviado especial para El Espectador.