Transcribimos uno de los históricos
discursos ofrecidos por el Papa Francisco en el marco de su visita pastoral al
Brasil en el marco de la celebración de la XXVII Jornada Mundial de la Juventud,
realizada del 22 al 29 de julio. Sus profundas reflexiones creemos que serán
valoradas por nuestros lectores.
Señoras y señores,
Doy gracias a Dios por la oportunidad de
encontrar a una representación tan distinguida y cualificada de responsables
políticos y diplomáticos, culturales y religiosos, académicos y empresariales
de este inmenso Brasil.
Hubiera deseado hablarles en su hermosa
lengua portuguesa, pero para poder expresar mejor lo que llevo en el corazón,
prefiero hablar en español. Les pido la cortesía de disculparme.
Saludo cordialmente a todos y les
expreso mi reconocimiento. Agradezco a Monseñor Orani y al señor Walmyr Júnior
sus amables palabras de bienvenida y presentación.
Veo en ustedes la memoria y la
esperanza: la memoria del camino y de la conciencia de su patria, y la
esperanza de que ella, siempre abierta a la luz que emana del Evangelio de
Jesucristo, continúe desarrollándose en el pleno respeto de los principios
éticos basados en la dignidad trascendente de la persona.
Quien tiene un papel de responsabilidad
en una nación está llamado a afrontar el futuro «con la mirada tranquila de
quien sabe ver la verdad», como decía el pensador brasileño Alceu Amoroso Lima
(«Nosso tempo», en A vidasobrenatural e o mondo moderno, Río de Janeiro 1956,
106).
Quisiera considerar tres aspectos de esta
mirada calma, serena y sabia: primero, la originalidad de una tradición
cultural; segundo, la responsabilidad solidaria para construir el futuro y,
tercero, el diálogo constructivo para afrontar el presente.
En primer lugar, es importante valorar
la originalidad dinámica que caracteriza a la cultura brasileña, con su
extraordinaria capacidad para integrar elementos diversos.
El común sentir de un pueblo, las bases
de su pensamiento y de su creatividad, los principios básicos de su vida, los
criterios de juicio sobre las prioridades, las normas de actuación, se fundan
en una visión integral de la persona humana.
Esta visión del hombre y de la vida
característica del pueblo brasileño ha recibido mucho de la savia del Evangelio
a través de la Iglesia Católica: ante todo, la fe en Jesucristo, el amor de
Dios y la fraternidad con el prójimo. Pero la riqueza de esta savia debe ser
valorada en toda su plenitud.
Puede fecundar un proceso cultural fiel
a la identidad brasileña y constructor de un futuro mejor para todos. Así dijo
el amado Papa Benedicto XVI en su discurso inaugural de la V Conferencia
General del Episcopado Latinoamericano en Aparecida.
Hacer crecer la humanización integral y
la cultura del encuentro y de la relación es la manera cristiana de promover el
bien común, la alegría de vivir. Y aquí convergen la fe y la razón, la
dimensión religiosa con los diferentes aspectos de la cultura humana: el arte,
la ciencia, el trabajo, la literatura... El cristianismo combina la
trascendencia y la encarnación; revitaliza siempre el pensamiento y la vida
ante la frustración y el desencanto que invaden el corazón y se propagan por
las calles.
Un segundo punto al que quisiera
referirme es la responsabilidad social. Esta requiere un cierto tipo de
paradigma cultural y, en consecuencia, de la política. Somos responsables de la
formación de las nuevas generaciones, capaces en la economía y la política, y
firmes en los valores éticos.
El futuro nos exige una visión humanista
de la economía y una política que logre cada vez más y mejor la participación
de las personas, evite el elitismo y erradique la pobreza. Que a nadie le falte
lo necesario y que se asegure a todos la dignidad, fraternidad y solidaridad: Éste
es el camino a seguir.
Ya en la época del profeta Amós era muy
fuerte la admonición de Dios: «Venden al justo por dinero, al pobre por un par
de sandalias. Oprimen contra el polvo la cabeza de los míseros y tuercen el
camino de los indigentes». Los gritos que piden justicia continúan todavía hoy.
Quien desempeña un papel de guía debe
tener objetivos muy concretos y buscar los medios específicos para alcanzarlos,
pero puede haber el peligro de la desilusión, la amargura, la indiferencia,
cuando las expectativas no se cumplen.
La virtud dinámica de la esperanza
impulsa a ir siempre más allá, a emplear todas las energías y capacidades en
favor de las personas para las que se trabaja, aceptando los resultados y
creando las condiciones para descubrir nuevos caminos, entregándose incluso sin
ver los resultados, pero manteniendo viva la esperanza.
La dirigencia sabe elegir la más justa
de las opciones después de haberlas considerado, a partir de la propia
responsabilidad y el interés por el bien común; ésta es la forma de ir al
centro de los males de una sociedad y superarlos con la audacia de acciones
valientes y libres.
En nuestra responsabilidad, aunque
siempre sea limitada, es importante comprender la totalidad de la realidad,
observando, sopesando, valorando, para tomar decisiones en el momento presente,
pero extendiendo la mirada hacia el futuro, reflexionando sobre las
consecuencias de las decisiones. Quien actúa responsablemente pone la propia
actividad ante los derechos de los demás y ante el juicio de Dios.
Este sentido ético aparece hoy como un
desafío histórico sin precedentes. Además de la racionalidad científica y
técnica, en la situación actual se impone la vinculación moral con una
responsabilidad social y profundamente solidaria.
Para completar la «visión» que me he
propuesto, además del humanismo integral que respete la cultura original y la
responsabilidad solidaria, termino indicando lo que considero fundamental para
afrontar el presente: el diálogo constructivo. Entre la indiferencia egoísta y
la protesta violenta, siempre hay una opción posible: el diálogo.
El diálogo entre las generaciones, el
diálogo con el pueblo, la capacidad de dar y recibir, permaneciendo abiertos a
la verdad. Un país crece cuando sus diversas riquezas culturales dialogan de
manera constructiva: la cultura popular, universitaria, juvenil, la cultura
artística y tecnológica, la cultura económica, de la familia y de los medios de
comunicación.
Es imposible imaginar un futuro para la
sociedad sin una incisiva contribución de energías morales en una democracia
que no sea inmune de quedarse cerrada en la pura lógica de la representación de
los intereses establecidos. Es fundamental la contribución de las grandes
tradiciones religiosas, que desempeñan un papel fecundo de fermento en la vida
social y de animación de la democracia.
La convivencia pacífica entre las
diferentes religiones se ve beneficiada por la laicidad del estado, que, sin
asumir como propia ninguna posición confesional, respeta y valora la presencia
del factor religioso en la sociedad, favoreciendo sus expresiones concretas.
Cuando los líderes de los diferentes
sectores me piden un consejo, mi respuesta es siempre la misma: Diálogo,
diálogo, diálogo. El único modo de que una persona, una familia, una sociedad,
crezca; la única manera de que la vida de los pueblos avance, es la cultura del
encuentro, una cultura en la que todo el mundo tiene algo bueno que aportar, y
todos pueden recibir algo bueno a cambio.
El otro siempre tiene algo que darme
cuando sabemos acercarnos a él con actitud abierta y disponible, sin
prejuicios. Sólo así puede prosperar un buen entendimiento entre las culturas y
las religiones, la estima de unas por las otras sin opiniones previas gratuitas
y en el respeto de los derechos de cada una. Hoy, o se apuesta por la cultura
del encuentro, o todos pierden; seguir la vía correcta hace el camino fecundo y
seguro.
Excelencias, señoras y señores: Gracias
por su atención. Tomen estas palabras como expresión de mi preocupación como
Pastor de la Iglesia y del amor que tengo por el pueblo brasileño. La hermandad
entre los hombres y la colaboración para construir una sociedad más justa no
son una utopía, sino que son el resultado de un esfuerzo concertado de todos
por el bien común.
Les aliento en su compromiso por el bien
común, que requiere por parte de todos, sabiduría, prudencia y generosidad. Les
encomiendo al Padre celestial pidiéndole, por la intercesión de Nuestra Señora
de Aparecida, que colme de sus dones a cada uno de los presentes, a sus
familias y comunidades humanas y de trabajo, e imparto a todos mi bendición.
El Papa Francisco tuvo una exitosa y
esperada participación en Brasil.
Fuente:
www.generaccion.com
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