Juan Herrera Tello (*)
Francisco Morales Bermúdez Cerruti |
Aun no acababa el colegio y mis recuerdos de aquella época están en la escasez de alimentos; las huelgas de los bancarios casi semanales paralizando el sistema financiero; al ministro de Educación Guabloche y la nota once; los paquetazos de Javier Silva Ruete y el toque de queda. Características principales de un régimen que le puso nota de humor la genial revista “Monos y Monadas”, donde encontramos los motes más apropiados al entonces golpista, quedándome con uno “Pancho No Vales Nada”.
Efectivamente, aquel régimen no valía nada, salvo su convocatoria a la Constituyente, aquel hecho político fue necesario para que Morales se quede en el poder uno tiempo más, hasta la culminación de la redacción de una nueva Carta Política, cuyo resultado fue la Constitución de 1979. Pero, inclusive esta Constitución está manchada por la impronta del golpismo, no obstante su origen democrático.
Acabada la redacción y posterior promulgación de la Constitución Política del Perú el 12 de julio de 1979, el general golpista Morales Bermúdez observa la nueva Carta Magna, creyendo que excedió su función señalada en el decreto ley 21949, porque según el torpe, incluyó actos de gobierno, pero no contento con eso, detalla con lo que no está de acuerdo y lo devuelve a la Asamblea aquel 12 de julio.
Y para manchar la limpieza del texto original de la Constitución, el golpista escribe con su puño y letra después del último constituyente que firmó la Carta. Así es, como si este sujeto elegido por su propia voluntad y la suerte de tener detrás a subordinados sin conceptos democráticos mancha, profana y ensucia la entonces novísima Constitución de 1979.
Esta suciedad que vi en la copia facsimilar que usó el Dr. Luis Alberto Sánchez, me hace recordar cuando visité la Biblioteca del Congreso de la República en 1993 apenas reinstaurado su funcionamiento y encontré entre otras cosas las viejas Leyes de Indias tiradas en el suelo y pisoteadas por la bota de los golpistas. La mancha dejada por Morales Bermúdez en la entrañable Constitución de 1979 es comparable con la huella de un solípedo, al lado de firmas de hombres que lograron uno de los mejores textos constitucionales de América, la Constitución de Haya de la Torre.
De este nefasto suceso nos cuenta el ex constituyente y destacado jurista Andrés Aramburú Menchaca en su libro “Notas al Margen de la Constitución”, al afirmar:
”La existencia de ese peligro (se refiere al cierre de la Asamblea Constituyente y dejar en nada todo lo actuado) pudo apreciarse por las observaciones del general Francisco Morales Bermúdez, presidente entonces del gobierno castrense, que pudo con ello echar por tierra los méritos adquiridos para la restauración constitucional... La Constitución ya estaba promulgada ese día creímos que toda la obra se derrumbaba. El Embajador Carlos García Bedoya, a la sazón Ministro de Relaciones Exteriores, me solicitó por teléfono que le devolviera las observaciones “escritas de puño y letra por el General Morales Bermúdez porque no tenían refrendación ministerial. Era una manera de retirarlas. Me tocó transmitir la negativa de la Asamblea.”
En el artículo “Peripecias de la Constitución”, aparecido en el diario “El Comercio” el 26 de julio de 1980, Aramburú nuevamente escribe sobre este episodio nefasto del régimen de Morales Bermúdez diciendo:
“Las observaciones del general Morales Bermúdez, pudieron causar una crisis muy grave. Contra ellas se pronunció el arquitecto Belaúnde en comunicado de 13 de julio de 1979. Felizmente la incidencia fue salvada por la decidida resolución de los constituyentes que, por unanimidad y mediante resolución en cuya redacción participamos con Ernesto Alayza Grundy y Andrés Townsend, decidieron no aceptarlas. No se entró a discutir si tenían fundamento o no. Simplemente fueron consideradas extemporáneas o improcedentes. Lo primero porque la Carta había sido promulgada ya. Lo segundo porque el Ejecutivo no puede observar un texto constitucional”.
A este sujeto, a este golpista, a este gobernante de facto, los últimos presidentes constitucionales le están dando un aura de “patricio” que en realidad no la tiene, salvo la de estar en ostracismo de la historia.
Se está elevando a categoría de “paladín de la democracia”, de prócer de la Constituyente de 1979, de adalid de las libertades a alguien que solo se le puede tener respeto por las canas y quien no merece nada más que olvido. Así estamos, de nada sirve nuestra historia reciente, que se puede esperar cuando los desmemoriados son aquellos que guardan la historia y estos justamente han facilitado que Miguel Iglesias ahora se encuentre en la Cripta de los Héroes, al lado de Miguel Grau y Francisco Bolognesi.
(*) Abogado, asesor parlamentario y experto en temas internacionales. Discípulo y amigo cercano del diplomático peruano Alfonso Benavides Correa.
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