María
del Pilar Tello Leyva (*)
El único límite a la libertad de
expresión es la incitación a la violencia o al delito. Límite que no aparece
muy claro en los concursos cuyos protagonistas van voluntariamente al cadalso
de su intimidad por una paga. Tampoco en la producción o la conducción que
obtiene el desvelamiento público de los secretos y miserias mejor guardados.
En el
mercado de los realitys shows todo puede suceder sin responsabilidades mayores
ni limitaciones aunque estemos ciertos de que pueden incrementar la violencia
por desvalorización colectiva, algo que sucede en todo el mundo incluyendo los
países europeos, cuna de la ética occidental. Los valores se trasgreden y
banalizan cotidianamente en el altar del rating y la popularidad lo que a su
vez da dinero por publicidad.
El asesinato de Ruth Thalía Sayas, la ya
tristemente célebre primera concursante de ‘El valor de la verdad’ a manos de
Bryan Romero, es la gran telenovela periodístico-penal del momento. Su guión ha
generado cientos de horas de producción informativa, prensa escrita, radial,
internet y por supuesto televisiva. Y promete muchas horas más de truculencia,
detalles morbosos, testimonios, histeria, recriminaciones y vendettas
periodísticas en una saga que el morbo alienta a reproducir. No será la primera
ni la última tragedia que desencadena una dinámica negativa pero sumamente
rentable.
¿Dónde está la ética de medios y
periodistas que pueda poner límites a los contenidos que consumimos? ¿Existe
autorregulación de medios de comunicación y de periodistas?
‘El valor de la verdad’ es un programa
más entre varios que no son inocuos. La exposición de las miserias de la gente
junto a la permanente y sistemática crónica roja crea un microclima que da
lugar al comentario y al chisme y lamentablemente puede resultar modélico para
espectadores jóvenes y menores que pueden no analizar correctamente los
mensajes de este tipo de programación que en el Perú ya ha desencadenado el
asesinato de una mujer. Estamos hablando de valores y de ejemplos en un país en
que el machismo malamente extendido provoca perversiones y delitos como el
feminicidio.
Es el momento de hablar claro respecto
de la responsabilidad de los medios, de los periodistas y del público en
general. Todos aceptan estos productos y se felicitan por su rentabilidad sin
detenerse a pensar en el daño colectivo ni en la violencia que pueden
estimular. No cabe rasgarse las vestiduras cuando algo terrible sucede y después
mirar a otro lado. Bien ha señalado Gonzalo Portocarrero que este tipo de
programas televisivos produce en el público un gozo fuera de toda ley y moral.
“Un gozo que envilece, que en vez de enriquecer a la persona la degrada. Que
implica siempre algún tipo de desconocimiento y desprecio por las
particularidades del otro. Se trata de una burla sobre la desgracia ajena que
impide el desarrollo humano auténtico”.
Valiente comentario y muy valioso por lo
inusual. Pocas veces se critica a los medios de comunicación y a la prensa por
sus excesos y nunca cabe esperar de ellos un mea culpa por los contenidos
negativos que se lanzan a la sociedad. Tampoco de la sociedad. Nadie hace un
mea culpa por alentar estos formatos que estimulan lo peor en las personas, la
maledicencia, el chisme, la vulgaridad que linda con lo delictivo y siempre con
lo inmoral.
Y si algo puede extraerse de positivo en
este penoso crimen es que también ha producido algún rechazo hacia quienes
lucran con la situación creada. Libertad no es libertinaje. Si los medios no
desean que se les imponga alguna regulación es necesario que se autorregulen
para que logren el equilibrio entre rentabilidad y calidad en los contenidos
televisivos. No hay que olvidar que el periodismo y los medios trabajan con la
confianza de la gente y la pueden perder. Su mayor capital es la credibilidad y
para mantenerla deben ofrecer la mayor calidad. El Defensor del Lector, del
oyente o del televidente es una institución que funciona muy bien en otros
países y que debería ingresar pronto al debate nacional en su calidad de
bisagra entre el medio de comunicación y su público, cada vez más necesaria.
Seguiremos.
(*) Periodista, analista política,
escritora, docente universitaria, integrante del Comité Técnico de Alto Nivel
del Acuerdo Nacional y ex presidenta del directorio de Editora Perú.
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