Carlos
Penalillo Pimentel (*)
El pasado mes de setiembre mi esposa y yo hemos
cumplido 22 años de matrimonio religioso bendecidos con una vida llena de amor
y respeto con marcado arraigo cristiano. Nuestros dos hijos completaron la
dicha y felicidad familiar.
Pero, me
pregunto: ¿Ha sido fácil llegar a este punto de vida conyugal con un elevado
sentimiento de amor mutuo y demostrado interés del uno para el otro?
Definitivamente, no. Son muchos los aspectos a
considerar, aprender, entender y básicamente cambiar para poder acoplarnos a la
persona que Dios te puso en el camino como el ser más importante de tu vida
para formar una familia.
Me
atrevo a sugerir algunos puntuales consejos para los jóvenes que están pensando
en casarse o, porque no, para aquellos que están recientemente casados o con
algunos años de vida matrimonial.
Primero,
deben conocerse a fondo antes de decidir el matrimonio. Como dijo el monseñor
Irizar, los novios deben convertirse en investigadores privados, no solo saber
sobre su pasado, sino indagar sobre sus valores, actitudes, formas de pensar y
reacciones ante hechos adversos. El carácter psicológico es sumamente
importante.
Segundo,
cada persona llega al matrimonio con estilos de vida totalmente distintos. Por
ello, es condición sine qua non vivir el encuentro de novios parroquiales,
donde las parejas guías los llevan a situaciones extremas de convivencia y se
puede dar el caso de cortar a tiempo la relación antes del fracaso posterior.
Tercero,
es muy cierto cuando se dice que uno no solo se casa con la novia, sino que con
toda la familia. Este es un aspecto delicado y tortuoso, dependiendo del
entorno familiar de cada uno. La convivencia pacífica es fácilmente alterada
debido a intervenciones inapropiadas de integrantes de la familia. De allí que,
es sumamente importante intentar en la medida de lo posible empezar el
matrimonio viviendo en su propia casa y tomar decisiones en pareja que deberán
respetar todos.
Cuarto,
los suegros son nuestros padres políticos y como tales merecen nuestro respeto.
Ellos reflejan experiencia y sabiduría, por lo que nos ayudan con sus consejos
y sugerencias cuando sea necesario.
Quinto,
las riñas y discusiones no deben de durar más de lo estrictamente necesario.
Como dicen las escrituras, no espere que se oponga el sol antes de resolver los
conflictos.
Sexto,
la sociedad conyugal implica manejo de presupuestos económicos, que deben ser
definidos con suma claridad entre los dos sin dejar cabos sueltos. Cada caso es
distinto dependiendo de cómo son los ingresos en cada pareja.
Séptimo,
cuando el matrimonio llega a ser bendecido con la llegada de los hijos, el amor
y cariño que les brindemos a ellos jamás debe ser diferenciado. Cada uno viene
al mundo con los mismos derechos y prerrogativas, de lo contrario, estaremos
alimentando resentimientos de por vida.
Octavo,
nuestros hijos no están hipotecados. No podemos exigirles nada cuando lleguen a
adultez y formen sus propias vidas. Nuestro deber como padres radica en darles
valores y vida digna, además de una buena educación hasta que puedan valerse
por sí mismos.
Noveno,
los detalles en ambos casos alimentan el amor en el día a día. Deben estar
alertas ante los enemigos y aquellos “buenos amigos” que sufren con la
felicidad de otros y envidian el éxito matrimonial. Nadie es culpable de las
desdichas o fracasos ajenos. No se debe permitir la intromisión en la vida de
pareja, deben cortar de raíz cualquier intento.
Décimo,
dejo al final, quizás el punto más importante que, lamentablemente, ha sido desencadenante de rompimientos y divorcios en
parejas conocidas: el dejar de ser hijo para convertirse en esposo. La biblia
es precisa en indicar que “dejaras a tu padre y tu madre y te unirás a tu
esposo y serán una sola carne”.
Este
punto crucial muchas veces no se cumple no tanto por decisión de los esposos
sino por presión familiar. Recuerdo mucho las palabras del padre Ángelo de la
capilla del INEN que nos decía: “Cuando uno se casa, el orden que debemos
seguir en importancia es, primero Dios, segundo tu cónyuge, tercero tus hijos y
después los padres”. Probablemente, entre este aspecto y la infidelidad se
peleen los primeros lugares de causales de divorcio.
(*) Licenciado
Tecnólogo Médico en Laboratorio Clínico y Anatomía Patológica, militante del Comité Distrital de San Borja y ex
dirigente estudiantil de la JAP.
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