Wilfredo
Pérez Ruiz (*)
Diversos lectores, amigos y alumnos me han insinuado
ampliar los aspectos tratados, en términos generales, en mi artículo “¿Se ha
extinguido la caballerosidad?”. Me parece una buena idea a fin de compartir
recomendaciones tendientes a afianzar la “caballerosidad” como un estilo de
vida.
Desenvolverse con
amabilidad y corrección es la suma de virtuosos pormenores que hacen la
diferencia con el resto de individuos. No es algo excéntrico, anticuado o
pasado de moda, como todavía se piensa. Ésta aflora con autenticidad a partir
de comprender la trascendencia de su práctica con las damas y las personas
requeridas de mayor deferencia.
La
“caballerosidad” comunica –de manera enfática- la solidez de la personalidad,
la firmeza de la autoestima, el rango de educación y es una forma acogedora de
relacionarse. Se distingue por su atención y refinamiento hacia los otros y,
por lo tanto, es una demostración del deseo de convivir en armonía, tolerancia
y paz con el entorno. A continuación detallo diez “mandamientos” que, desde mi
punto de vista, caracterizan a un caballero.
Primero,
la puntualidad. Es una regla de oro y
una primera favorable carta de presentación. Ser puntual, en toda actividad
personal y profesional, es un signo de finura, respeto y organización. Más aún,
si consideramos que esta virtud ha desaparecido en desmedro del miramiento a
los demás. Jamás haga esperar a nadie, sea solícito.
Segundo,
la discreción. Que difícil es lograr
que los varones atesoren informaciones, vivencias y comentarios sobre personas
e instituciones. Son lamentables las habladurías acerca de ex novias, centros
de trabajo o asuntos familiares. Guardar silencio es inherente en un sujeto
reservado y una hazaña en una colectividad inoportuna e impertinente. Un
individuo discreto inspira confianza.
Tercero,
el autocontrol. La presión diaria y
los conflictos, cada vez más frecuentes, hacen indispensable comprometernos a
analizar nuestras reacciones ante diferencias, desencuentros y confrontaciones
laborales o amicales. Un proceder inadecuado puede perjudicar bastante su
exitosa imagen. Es imperativo ocuparnos de los mecanismos internos a fin de
controlar las emociones (positivas o negativas). El autocontrol es sinónimo de
madurez, ponderación y equilibrio.
Cuarto,
la cortesía. Gestos comunes como
dejar pasar a las señoras primero, ceder el asiento en el autobús, ponerse de
pie para saludarlas, alcanzar algo que se cayó al suelo, jalarle la silla,
ayudarlas a cruzar la calle, etc. son cumplidos que lo harán sobresalir.
Siempre retorne –por más “importante” que usted sea- llamadas telefónicas,
mensajes de texto, correos electrónicos y evite recurrir a conocidas excusas
para evadir cumplir con esta primaria prueba de finesa. No tenga temor de
actuar con pleno señorío.
Quinto,
los pequeños detalles. Es una expresión
sobresaliente mantener presente fechas, conmemoraciones, cumpleaños o
aniversario de bodas. Si ésta acción puede acompañarla de un regalo, mucho
mejor. Envíe esquelas, flores o chocolates en distintas ocasiones. Cuando
realice una visita acuda con un obsequio para la dueña de casa.
Sexto, la
conversación. La calidad de la plática refleja sus alcances culturales y su
dimensión intelectual. Maneje el arte del diálogo, sepa escuchar (tanto como
charlar), rehúya actitudes acaloradas y disputas inoportunas. Sostenga
tertulias profundas, afables, llevaderas y desarrolle su capacidad empática.
Por cierto, excluya frases inadecuadas, groseras u ofensivas; use vocablos
convenientes y necesarios. Acuérdese: Todos somos dueños de nuestros
pensamientos y esclavos de nuestras palabras.
Sétimo,
la buena imagen. Cuide su vestimenta
y arreglo personal. Es imprescindible un perfume de calidad, exhiba los zapatos
limpios, las uñas impecables, la camisa y corbata en perfecta presentación.
Lleve sus tarjetas en un tarjetero, una billetera en buen estado y un
portafolio adecuado para su actividad profesional. Su apariencia describe su
estado anímico y su autovaloración.
Octavo,
la etiqueta en la mesa. “Coma como si
no tuviera hambre y beba como sino tuviera sed”. Esta frase sintetiza la
delicadeza de su desenvolvimiento. Su comportamiento, al ingerir sus alimentos,
es una radiografía de su formación. Puede usted espantar a más de un mortal con
sus inadecuados modales. Recuerde tratar solo temas atractivos y positivos. Evite
contestar el celular mientras comparte estos momentos con otros sujetos y no lo
exhiba como si fuera un cubierto.
Noveno,
las palabras “Gracias” y “Por favor”.
Agradecer es una actividad de elevada performance. En nuestros días es poco
usual ubicar varones que respondan y retribuyan obsequios, invitaciones,
detalles, etc. Este espontáneo y sincero hábito lo diferenciará en tan fecundo
océano de agrestes usanzas. Decir “Gracias” y “Por favor” son términos
seductores y, además, hacen placentera la alternancia con el prójimo.
Décimo,
los principios y valores. Este es un
punto central en el análisis de la conducta de los peruanos. Ninguna actuación
inmoral puede ser elegante o atinada. Por esta razón, los principios determinan
nuestros actos. Poseer una sólida estructura moral y un conjunto admirables de
valores (solidaridad, honradez, lealtad, fidelidad, etc.) son elementos
enaltecedores en un hombre. Sugiero interiorizarlos con firmeza, consecuencia,
coherencia y dignidad y, especialmente, hacer de ellos una sólida columna que
sostengan su paso por este mundo. No claudique!
Esforcémonos
por alentar y forjar una sociedad de seres probos y respetables. La
“caballerosidad” no se impone, ni improvisa; recomiendo ejercerla con
naturalidad como conclusión de un proceso educativo. Se aconseja aplicarla sin
discriminaciones, intereses o conveniencias. Por último, medite esta
afirmación: “Detrás de la caballerosidad de un hombre, hay una reina que lo
educa y una princesa que lo ama”.
(*) Docente,
consultor en organización de eventos, protocolo, imagen profesional y etiqueta
social.
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