1 nov 2012

Diez mandamientos de la caballerosidad


Wilfredo Pérez Ruiz (*)



Diversos lectores, amigos y alumnos me han insinuado ampliar los aspectos tratados, en términos generales, en mi artículo “¿Se ha extinguido la caballerosidad?”. Me parece una buena idea a fin de compartir recomendaciones tendientes a afianzar la “caballerosidad” como un estilo de vida.


Desenvolverse con amabilidad y corrección es la suma de virtuosos pormenores que hacen la diferencia con el resto de individuos. No es algo excéntrico, anticuado o pasado de moda, como todavía se piensa. Ésta aflora con autenticidad a partir de comprender la trascendencia de su práctica con las damas y las personas requeridas de mayor deferencia.

La “caballerosidad” comunica –de manera enfática- la solidez de la personalidad, la firmeza de la autoestima, el rango de educación y es una forma acogedora de relacionarse. Se distingue por su atención y refinamiento hacia los otros y, por lo tanto, es una demostración del deseo de convivir en armonía, tolerancia y paz con el entorno. A continuación detallo diez “mandamientos” que, desde mi punto de vista, caracterizan a un caballero.

Primero, la puntualidad. Es una regla de oro y una primera favorable carta de presentación. Ser puntual, en toda actividad personal y profesional, es un signo de finura, respeto y organización. Más aún, si consideramos que esta virtud ha desaparecido en desmedro del miramiento a los demás. Jamás haga esperar a nadie, sea solícito.

Segundo, la discreción. Que difícil es lograr que los varones atesoren informaciones, vivencias y comentarios sobre personas e instituciones. Son lamentables las habladurías acerca de ex novias, centros de trabajo o asuntos familiares. Guardar silencio es inherente en un sujeto reservado y una hazaña en una colectividad inoportuna e impertinente. Un individuo discreto inspira confianza.

Tercero, el autocontrol. La presión diaria y los conflictos, cada vez más frecuentes, hacen indispensable comprometernos a analizar nuestras reacciones ante diferencias, desencuentros y confrontaciones laborales o amicales. Un proceder inadecuado puede perjudicar bastante su exitosa imagen. Es imperativo ocuparnos de los mecanismos internos a fin de controlar las emociones (positivas o negativas). El autocontrol es sinónimo de madurez, ponderación y equilibrio.

Cuarto, la cortesía. Gestos comunes como dejar pasar a las señoras primero, ceder el asiento en el autobús, ponerse de pie para saludarlas, alcanzar algo que se cayó al suelo, jalarle la silla, ayudarlas a cruzar la calle, etc. son cumplidos que lo harán sobresalir. Siempre retorne –por más “importante” que usted sea- llamadas telefónicas, mensajes de texto, correos electrónicos y evite recurrir a conocidas excusas para evadir cumplir con esta primaria prueba de finesa. No tenga temor de actuar con pleno señorío.

Quinto, los pequeños detalles. Es una expresión sobresaliente mantener presente fechas, conmemoraciones, cumpleaños o aniversario de bodas. Si ésta acción puede acompañarla de un regalo, mucho mejor. Envíe esquelas, flores o chocolates en distintas ocasiones. Cuando realice una visita acuda con un obsequio para la dueña de casa.

Sexto, la conversación. La calidad de la plática refleja sus alcances culturales y su dimensión intelectual. Maneje el arte del diálogo, sepa escuchar (tanto como charlar), rehúya actitudes acaloradas y disputas inoportunas. Sostenga tertulias profundas, afables, llevaderas y desarrolle su capacidad empática. Por cierto, excluya frases inadecuadas, groseras u ofensivas; use vocablos convenientes y necesarios. Acuérdese: Todos somos dueños de nuestros pensamientos y esclavos de nuestras palabras.

Sétimo, la buena imagen. Cuide su vestimenta y arreglo personal. Es imprescindible un perfume de calidad, exhiba los zapatos limpios, las uñas impecables, la camisa y corbata en perfecta presentación. Lleve sus tarjetas en un tarjetero, una billetera en buen estado y un portafolio adecuado para su actividad profesional. Su apariencia describe su estado anímico y su autovaloración.

Octavo, la etiqueta en la mesa. “Coma como si no tuviera hambre y beba como sino tuviera sed”. Esta frase sintetiza la delicadeza de su desenvolvimiento. Su comportamiento, al ingerir sus alimentos, es una radiografía de su formación. Puede usted espantar a más de un mortal con sus inadecuados modales. Recuerde tratar solo temas atractivos y positivos. Evite contestar el celular mientras comparte estos momentos con otros sujetos y no lo exhiba como si fuera un cubierto.

Noveno, las palabras “Gracias” y “Por favor”. Agradecer es una actividad de elevada performance. En nuestros días es poco usual ubicar varones que respondan y retribuyan obsequios, invitaciones, detalles, etc. Este espontáneo y sincero hábito lo diferenciará en tan fecundo océano de agrestes usanzas. Decir “Gracias” y “Por favor” son términos seductores y, además, hacen placentera la alternancia con el prójimo.

Décimo, los principios y valores. Este es un punto central en el análisis de la conducta de los peruanos. Ninguna actuación inmoral puede ser elegante o atinada. Por esta razón, los principios determinan nuestros actos. Poseer una sólida estructura moral y un conjunto admirables de valores (solidaridad, honradez, lealtad, fidelidad, etc.) son elementos enaltecedores en un hombre. Sugiero interiorizarlos con firmeza, consecuencia, coherencia y dignidad y, especialmente, hacer de ellos una sólida columna que sostengan su paso por este mundo. No claudique!

Esforcémonos por alentar y forjar una sociedad de seres probos y respetables. La “caballerosidad” no se impone, ni improvisa; recomiendo ejercerla con naturalidad como conclusión de un proceso educativo. Se aconseja aplicarla sin discriminaciones, intereses o conveniencias. Por último, medite esta afirmación: “Detrás de la caballerosidad de un hombre, hay una reina que lo educa y una princesa que lo ama”.

(*) Docente, consultor en organización de eventos, protocolo, imagen profesional y etiqueta social.  

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