Grover Pango
Vildoso (*)
Comparable con lo ocurrido hace 20 años en Lima,
cuando el terrorismo detonó un coche-bomba en la calle Tarata de Miraflores,
esta vez una violencia distinta -pero
violencia al fin- se exhibió desde el
mercado de La Parada, en La Victoria, frente a los ojos atónitos no sólo de los
peruanos.
Un pésimo
operativo de cierre de accesos vehiculares desencadenó una sucesión de hechos
dolorosos, estremecedores y vergonzantes. Cayó el velo que ocultaba una
compleja urdimbre de desorden, abusos y miserias que en pocos párrafos es
imposible describir, pero que permite intentar algunas reflexiones.
LA IMPORTANCIA DEL BIEN PÚBLICO. Nos olvidamos
demasiadas veces que el bien público es y debe ser superior al bien individual
o grupal. La ampliación de vías o la seguridad de los habitantes obligan a
decisiones que a alguien incomodan, pero benefician a más. Este principio debe
defenderse en las decisiones trascendentes aceptando y promoviendo el diálogo,
pero sin aceptar la coartada de hacerlo infinito para impedir la realización de
lo necesario.
LA
ARTICULACIÓN INTERGUBERNAMENTAL. Es un valor puesto al servicio de la gestión
descentralizada que estuvo ausente en un primer momento y que luego, con las
rectificaciones necesarias, mostró toda su eficacia. La planificación e
intervención impecables que se realizó en mayo de 2007 para el desalojo de
comerciantes invasores, precisamente en los terrenos de Santa Anita, es un caso
elocuente.
LA
VIOLENCIA COMO UN “DERECHO”. Se oye decir que alguna gente “defiende sus
derechos” aunque para ello deba hacer uso de piedras, palos, fierros y hasta
armas de fuego, derribar a pedradas a los policías, arrastrarlos por el suelo,
robar sus equipos y golpear sin piedad a
los caballos. Pero también agredir a los periodistas y camarógrafos. Ese mismo
“derecho” usan quienes toman puentes y carreteras –y dicen que lo hacen en
forma “pacífica”- porque hay algo que quieren o que no quieren. En Tacna hace
cuatro años quemaron la prefectura o gobernación, siendo éste un valioso
patrimonio histórico de la peruanidad de esa tierra, y todavía ni se sancionan
a los culpables ni se repara el bien destruido.
LA
CRISIS POLICIAL. Esta honorable institución es la que sufre los mayores
agravios, tanto por causas propias como ajenas. En el imaginario social aparece
como desdoblada, bifronte. Por un lado se la requiere y reclama como una
presencia indispensable, mientras por otro es la imagen de la inmoralidad y el
abuso. Es tan complicada su situación que, desprotegida y desautorizada, parece
haber optado por aceptar que son víctimas antes que convertirse en victimarios,
como si la sociedad -y el Estado- admitieran este maniqueísmo simplón. En
Moquegua, en Bagua, en el VRAEM fue la imagen del desamparo y la humillación
por el desacierto de sus jefes. Y no lo fue menos el 25 de octubre reciente
cuando fueron emboscados por las turbas delincuenciales de La Parada. Otra fue
–la que siempre quisiéramos ver- el sábado 27.
En
todo esto está presente un debilitamiento claro de lo que se llama el principio
de autoridad y un preocupante vacío que la democracia nuestra no ha alcanzado a
resolver: ¿A quién respetamos los peruanos? No obstante, lo amargo de lo vivido
nos debe servir siempre. Por incómodos que sean estos asuntos, es mejor
saberlos, conocerlos y, entendiéndolos, avanzar en su remedio. No somos una
sociedad perdida; somos una sociedad desorientada que se busca a sí misma. Y se
sabrá ubicar.
(*) Educador,
político y miembro del Partido Aprista Peruano. Fue alcalde Tacna, ex diputado
nacional y ministro de Educación (1985 –
1987). Ha sido Secretario de Descentralización del Consejo de Ministros.
“Se oye decir
que alguna gente ‘defiende sus derechos’ aunque para ello deba hacer uso
de piedras,
palos, fierros y hasta armas de fuego, derribar a pedradas a los policías,
arrastrarlos por
el suelo, robar sus equipos y golpear
sin piedad a los caballos.
Pero también
agredir a los periodistas y camarógrafos”, afirma el autor de la nota.
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