Grover
Pango Vildoso (*)
Tengo
dos casos por mostrar y compartir, algo prosaico, anécdotas si se quiere, que
tal vez sirvan de algo. Dos casos ilustrativos de la falta de calidad en la
atención al cliente.
Caso
uno. Un familiar mío muy cercano ha tenido un choque con su automóvil,
afortunadamente sin heridos pero con daños materiales, y naturalmente recurre a
su empresa aseguradora. Ésta cumple con orientar, acompañar en los trámites de
ley y llevar el coche al taller correspondiente. Internado el vehículo y cuando
todo parecía encaminarse a salir del mal rato, resulta que falta un requisito
indispensable: el peritaje policial. El taller lamenta no poder hacer nada por
ello y que habrá que esperar a que un perito los visite, hecho que puede
ocurrir una vez por mes.
La aseguradora recomienda que se busque
al perito para traerlo y que se haga la inspección. El perito está al otro lado
de Lima y dice que no va a los talleres porque pierde mucho tiempo. Luego
pregunta por qué no se llevó el carro primero a pasar el peritaje.
Recién en ese momento la aseguradora
admite que el peritaje -que es obligatorio- debió haberse realizado antes del
internamiento, pero que ahora es muy difícil hacerlo porque ya el auto está
internado. Tenemos suerte porque el perito dice que adelantará su visita
pendiente al taller que se le indica, pero que serán los últimos carros que
visitará por las razones expuestas.
Caso
dos. Voy a sacar plata de un cajero automático que se traga mi tarjeta
indicándome que ha ocurrido algo y debo acercarme a mi oficina. Voy al banco y
me dicen que ella ha sido retenida porque se había vencido en esos días.
Pregunto entonces por qué el banco no me ha entregado, con la anticipación
debida, una nueva. Que yo sepa nadie está mirando su tarjeta a cada rato para
ver cuándo hay que renovarla. Mi “Ejecutiva de Clientes VIP” llama para saber
qué fue lo que pasó. Le responde una empresa “courier” que alega, primero, que
no había nadie en casa (demostré que era falso) y luego se excusa indicando que
le entregaron las tarjetas muy tarde. El banco le desmiente porque aparece en
pantalla que se las entregaron a principios del mes ya concluido. Le digo a mi
Ejecutiva que ése es un problema entre el banco y su “courier”, y que, por
supuesto ambos quedan mal. Me ofrecen que al día siguiente me entregan la
bendita tarjeta y, en efecto, cumplen.
En el primer caso: ¿qué le costó a la aseguradora
asesorar debidamente a quien paga sus servicios, indicándole que debía comenzar
llevando el auto a la inspección del perito policial? ¿Por qué permitir que su
propio servicio de grúa lleve el carro chocado al taller y lo interne, sabiendo
que ése no era el orden de las cosas? ¿Sólo quería desembarazarse de su cliente
para que éste se las arregle como pueda? ¿No sabía acaso, además, que el
peritaje ya no se realizaba en los talleres (como el taller sí sabía pero
intentó confundirnos más valiéndose de nuestra ignorancia y ofuscación), como
luego el perito policial nos explicó?
En el problema del banco: ¿quién ampara
a un cliente que necesita dinero del banco, con urgencia y sin postergaciones,
y se encuentra con que su tarjeta está vencida? ¿Es “su culpa” no haberse dado
cuenta de la fecha fatal? ¿No está todo previsto por los bancos, que juran
atendernos personalizadamente? ¿A qué cliente le importa arbitrar si la falta
es del banco o de su “courier”, cuando el perjudicado es él?
Luego de estas dos experiencias tengo
derecho a afirmar que algunas empresas privadas compiten en desorden,
negligencia o incapacidad con muchas empresas estatales, a las que se les
achaca siempre el monopolio de la ineficiencia. Y son empresas muy conocidas,
con mucha imagen y muchísima publicidad.
(*) Educador, político y miembro del Partido
Aprista Peruano. Fue alcalde Tacna, ex diputado nacional y ministro de Educación (1985 – 1987). Ha sido
Secretario de Descentralización del Consejo de Ministros.
No hay comentarios:
Publicar un comentario