Wilfredo
Pérez Ruiz (*)
Acaba de partir a la eternidad, al
momento de escribir estas líneas, un amigo al que me unió una relación de
genuino cariño e intensa admiración: Armando Villanueva del Campo. Su
trayectoria fue un referente de entrega, sacrificio y lealtad por un sueño
colectivo. Dio muestra de firmeza, nobleza y perseverancia en su lucha por sus
ideales y, además, murió en absoluta austeridad, sin riquezas materiales o
acusaciones de lucro personal.
Estos
son tiempos en los que la política –entendida como la ciencia y arte de atender
e involucrase en los asuntos públicos- se encuentra distante del sentimiento de
los ciudadanos, entre otras razones, como consecuencia del comportamiento de
los partidos políticos que debieran representar, con honestidad, transparencia
y de manera efectiva, las demandas sociales de la población.
La política es concebida como una forma
de ejercer el poder con la intención de resolver el choque entre los intereses
encontrados producidos dentro de una sociedad. La utilización del término se
popularizó en el siglo V A.C., cuando el filósofo de la Antigua Grecia, Aristóteles
desarrolló su obra titulada “Política”.
Expresa la identificación del
conciudadano con las cuestiones colectivas. De aquí que este quehacer debe
motivar la activa participación de hombres y mujeres solidarizados con las
expectativas de la comunidad. La experiencia vivencial demuestra que no es así.
El concepto que posee el mal denominado “ciudadano de a pie” de la política, de
sus interlocutores y de los partidos, es negativa. Esta actividad genera
visible malestar y rechazo.
Nos guste o no, los políticos son
prototipos. Sus actos debieran caracterizarse por su coherencia, integridad y
lealtad a sus principios y convicciones y, por cierto, al electorado que les
brindó la oportunidad de servir al pueblo. Deben exhibir una conducta que sirva
de marco general.
En ese sentido, reitero lo expuesto en
mi artículo “Los elegantes modales de nuestros políticos”: “Por su condición de
representante del pueblo el político está en la ‘mira’ de la opinión colectiva.
Mayor razón para calcular los efectos y consecuencias de sus vocablos y
trayectoria -en su esfera gubernamental y personal- considerando el grado de
desprestigio en que están inmersos. Al parecer, se encuentran ‘encapsulados’ en
una realidad diferente a la percibida por nosotros. Desde su perspectiva creen
que sus prácticas los ‘acercan’ al lenguaje y comportamiento popular. Pero, el
elector no les acepta lo que nosotros podríamos realizar en nuestro quehacer
diario. El habitante espera una actuación referencial del hombre público”.
Sin embargo, hoy en día existe un
“relativismo moral”, lamentablemente, aceptado. “Roba pero hace” es una
consigna censurable. No es posible admitir que un gobernante resuelva –con
relativa eficiencia- las necesidades de su comunidad y forme parte de
latrocinios, corruptelas e inmoralidades. Discrepo con quienes asumen el pragmatismo
como modo de hacer política.
De allí que, es común que los políticos
conviertan su ejercicio en una “inversión” para obtener beneficios económicos
que, por su desempeño profesional, no han alcanzado. Es frecuente la
recomendación ilegal, -para lograr un empleo en algún ministerio- la coima, el
enriquecimiento ilícito, el desbalance patrimonial, llevar familiares, amigos y
partidarios a copar cargos estatales, el tráfico de influencias y un sinnúmero
de conductas probatorias de su pobreza interna y ausencia de rectitud.
La honestidad, la honradez y la devoción
por un ideal, ha dejado de ser habitual en un medio caracterizado por usanzas
indecorosas, complicidades interesadas y silencios convenientes. Toda una
secuela de episodios que han transformado la política en una “cantera” de
procederes detestables ante los ojos del pueblo. Hay que vincularla con el
decoro y la eficiencia.
Afrontamos instantes de profunda crisis
moral que nos lleva ha reflexionar acerca del proceder de cada compatriota que,
en muchas circunstancias, actúa en pequeña escala similar a los políticos. La
diferencia radica en que el político está sometido a los “reflectores” de los
medios de comunicación. El prójimo que da una coima, traiciona, asume prácticas
impropias, fomenta el tráfico de influencias, etc. no es observado por la
opinión pública. Pero, reproduce hechos reprochables.
Desde mi parecer,
un par de figuras emblemáticas siempre serán Fernando Belaunde Terry y Víctor
Raúl Haya de la Torre. Adversarios, hombres probos, inteligentes, cultos,
gestores de partidos con enorme significación en la vida nacional y poseedores
de una decencia ejemplar. Pertenecieron a la última generación de estadistas
ilustrados y honorables.
El pequeño y
acogedor departamento de San Isidro del jefe y fundador de Acción Popular hacía
gala de su desapego a lo material. Anaqueles llenos de libros, una réplica del
monitor Huáscar, diplomas, condecoraciones y numerosas fotografías, eran su
insólita riqueza tangible. Ha sido el único gobernante –en los últimos
30 años- que ha dejado Palacio de Gobierno sin mancha ni cuestionamiento alguno
sobre su conducta. Jamás tuvo estilos deslucidos, censurables y sórdidos. Su
sobriedad y buenas formas lo hacían merecer el respeto incluso de sus
opositores.
Por su parte, el líder y creador del Partido Aprista
Peruano exhibió una existencia sobria, no poseyó tarjetas de crédito, cuentas
corrientes, chequeras o bienes inmuebles. Vivió sus últimos años en una modesta
propiedad -otorgada por una cercana familiar suya- en el populoso distrito de
Vitarte, hoy convertida en una casa museo que recomiendo visitar para conocer
su sencillo y enaltecedor modelo de vida. Tuvo un precedente inédito al asumir
la presidencia de la Asamblea Constituyente (1978) y fijarse un sol de remuneración
mensual. Declinó usar el auto oficial que le asignaron, suprimió los gastos de
representación en la cafetería del Palacio Legislativo y rechazó contar con
custodia policial.
Mi homenaje a esa singular casta heroica de peruanos que
se enroló en los asuntos públicos -inspirados en su grandeza- para servir al
país. Sus vidas nos recuerdan que ésta puede volver a ser una causa capaz de
convocar el entusiasmo de las nuevas generaciones identificadas con nuestra
compleja realidad.
Evitemos que las pesimistas y agudas palabras del
intelectual y escritor español Noel Clarasó Daudi sigan siendo ciertas:
“Política es el arte de obtener dinero de los ricos y votos de los pobres, con
el fin de proteger a los unos de los otros”. Anhelamos que la política se convierta
en una tarea capaz de hermanar inquietudes cívicas, afirmar ideales
democráticos, generar movimientos populares, despertar conciencias, comprometer
esfuerzos, suscitar esperanzas y, especialmente, contribuir a resolver las
angustias de los más desvalidos.
(*) Docente, ex presidente del Patronato del
Parque de Las Leyendas – Felipe Benavides Barreda e integrante del Buró de la
Secretaría Nacional de Relaciones Internacionales del Partido Aprista Peruano. http://wperezruiz.blogspot.com/
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