Wilfredo
Pérez Ruiz (*)
El título de esta nota se inspira en la respuesta de
Mario Vargas Llosa a la pregunta ¿Qué te enfurece más del Perú? del periodista
Pedro Salinas, para su libro “Rajes del oficio” (2008). En aquella ocasión
aseveró: “Me enfurece sus inmensos contrastes culturales, económicos. Me
enfurece el egoísmo y la ceguera de los peruanos privilegiados. Me entristece
terriblemente la incultura, la desinformación, y a veces los resentimientos y
rencores de los peruanos en general. Me entristece mucho la gran mediocridad de
sus dirigencias políticas, la incultura general de la sociedad peruana…”.
Coincido en
cuestionar la ausencia de cultura de nuestra colectividad que, por cierto, no
diferencia edades, estatus o jerarquías. Amigo lector: Quiero compartir una
reciente y curioso anécdota que me hizo sonreír y enojar. Hace unas semanas
acudí con mi madre al entretenido festival de tango en el acogedor restobar
“Don Julián” de San Isidro y un concurrente pidió al solista, entre las
variadas canciones solicitadas por el público, entonar “Las mañanitas”. ¿Puede
usted creerlo?
Ese
episodio puede parecernos insignificante en comparación con lo constatado por
los canales televisivos en sus habituales encuestas de sapiencia general. Las
contestaciones son aberrantes y expresan una pobreza formativa tan grande como
el cerro San Cristóbal. Los interrogados desconocen –en su inmensa mayoría-
quien es Abimael Guzmán, Ricardo Palma, Nelson Mandela o los presidentes de la
república de los últimos 20 años, entre otras cuestiones que denotan escasez de
conocimientos.
La
cultura tampoco es una fortaleza en los políticos contemporáneos. Un ejemplo es
el ex alcalde Luis Castañeda Lossio, cuyas nociones básicas de literatura son
limitadas. Así quedó demostrado al ser requerido por los medios de comunicación
cuando Mario Vargas Llosa ganó el Premio Nobel de Literatura. La reportera
inquirió: “Usted mencionaba que sus metas como alcalde eran tener una ciudad
más humana, más amable y que tengan como eje al ciudadano. Si usted, aparte de
las obras que ha mencionado, que otras podría mencionar como ejemplo de estas
metas que usted se trazó”. El versado mudo respondió: “Cómo, perdón me
distraje. No he entendido su pregunta”.
Desde
mi punto de vista muchos consideran la cultura como “inútil” para obtener al
ansiado bienestar económico y material, y el nivel de satisfacción de sus
requerimientos básicos. Se evade vincularla a las demandas más apremiantes y,
además, no se “exhibe” a simple vista, a diferencia de un celular, una prenda
de vestir o un automóvil. Concluye siendo aburrida e innecesaria para quienes
se preocupan de obtener la anhelada prosperidad reconocida como tal por el
entorno.
Del mismo modo, admitamos nuestro bajo grado de
cultura (contamos con uno de los más decaídos indicadores de lectoría por
habitante al año en la región latinoamericana). Somos una comunidad que percibe
la ilustración como lejana y elitista y, por lo tanto, evadimos entender su
real connotación en el desenvolvimiento personal. Es un conjunto agradable de
actividades que debemos incorporar en nuestro quehacer cotidiano. Leer,
concurrir a museos, centros culturales, exposiciones artísticas,
conversatorios, son algunas de las alternativas a las que se recomienda apelar
para afianzar nuestra personalidad.
La
cultura ofrece la capacidad de reflexionar y convertirnos en seres racionales,
críticos y solventes en términos éticos. Posibilita discernir los valores,
efectuar opciones, tomar conciencia de la realidad y cuestionar nuestras
realizaciones. Brinda la posibilidad de “bucear” en la intuición interior y es
un medio de superación incuestionable. Sugiero fomentar esta noble acción desde
la infancia y sembrar la semilla del saber en el proyecto de vida de las nuevas
generaciones.
La
solvencia cultural está presente también en los temas de charla y es un
indicador de sapiencia. Es conveniente acercarnos a la literatura, la historia,
el arte y a los variados géneros literarios para contar con mayores elementos
que inspiren las tertulias. No siempre es así, lo veo en colegas, alumnos y con
énfasis en mis ex profesoras “pipiris nais” de etiqueta social quienes, más
allá de dominar sus especialidades académicas, lucían desprovistas de la
erudición requerida para hacer didáctica, amena y convincente su rígida y
memorística labor pedagógica.
Dentro
de este contexto, deseo subrayar que la lectura compromete el desenvolvimiento
de nuevas capacidades y tiene un efecto esperanzador en el ser humano. Cuando
frecuento familiares y amigos diviso en sus hogares equipos de última tecnología,
entre otros numerosos exponentes de modernidad. Sin embargo, apenas unos
cuantos desgastados textos básicos y desactualizados evidencian el desapego por
descubrir ese mundo de discernimientos beneficiosos para evolucionar. La
biblioteca de una familia es el “espejo” de sus ambiciones intelectuales.
Padres renuentes a los libros influyen en el desprecio y la indiferencia de sus
hijos hacia este maravilloso quehacer que se está perdiendo.
No
obstante este panorama escéptico, me reconfortó ver tantos universitarios en la
reciente y exitosa presentación de la nueva edición de la célebre obra del
historiador Luis E. Valcárcel “Tempestad en los andes” -la primera fue en 1927
y contó con el prólogo del José Carlos Mariátegui- en el Centro Cultural de la
Universidad Nacional Mayor de San Marcos. Es esperanzador observar jóvenes
interesados en un acto que, en tiempos de frivolidades, desganos y apatías,
introducía una publicación de enorme significado para revalorar las
implicancias del mundo andino en la fragmentada sociedad peruana. Fue una
ceremonia colmada de entusiasmos, de lúcidas intervenciones y de estudiantes
deseosos de conocer el país que este estudioso de nuestros antepasados nos
muestra a través de su fecundo y pormenorizado legado científico. Hagamos de la
cultura una exigencia en nuestras expectativas. Está en nuestras manos y
voluntades.
(*) Docente, consultor en organización de
eventos, protocolo, imagen profesional y etiqueta social. http://wperezruiz.blogspot.com/
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