Wilfredo Pérez
Ruiz (*)
La amabilidad es una manifestación de amor y
afabilidad que debiera percibirse en nuestra sociedad. Este término tiene su
origen etimológico en el latín. Toma como punto de partida el verbo “amare”,
sinónimo de “amar” y el sufijo “idad”, equivalente a “cualidad”.
Engloba conceptos
como atención, respeto y consideración. En sí misma, comprende aspectos básicos
de una persona educada y, además, surge con espontaneidad y sin ninguna intención
de conseguir algo. Debe producirse con libertad y como resultado de una
formación en el que el hábitat puede influir para convertirla en parte del
estilo de determinados individuos.
Recomiendo
enseñar la amabilidad a los niños y jóvenes. Es importante el ambiente en el
que crecen y se desarrollan y, especialmente, lo que allí ven y practican en el
día a día de la convivencia familiar. En este período los hijos absorben
cariños y saberes que intervienen en la definición de su personalidad,
autoestima y empatía, entre otros factores de enorme implicancia para su destino.
Es
ineludible brindarles una educación en donde esté presente el componente
afectivo, ético e intelectual. Los chicos imitan a sus progenitores. De allí
que, mayor debiera ser el esmero para dar una orientación que moldee su
crecimiento. La amabilidad no se puede improvisar, imponer, fingir o inventar
de un momento a otro, ante la eventualidad de quedar bien, como sucede en
nuestro medio. Es parte de su proceso de sociabilidad.
Tanto
es así que la enseñanza en valores incluye la cortesía. De este modo, se
asientan una serie de acciones que ayudan al niño a ser benévolo a través de pequeñas
cualidades como compartir su material escolar con sus compañeros, saludar a los
semejantes, dar de comer a su mascota, agradecer a sus padres la comida que le
preparan, entre otras manifestaciones que definen su manera de actuar con el
prójimo.
Lástima
que veamos frecuentes actitudes en función de conveniencias y oportunismos:
Cuando una persona auxilia a otra con sus paquetes del mercado, al ceder el
asiento en el bus, en la cola en una agencia bancaria, al cruzar la calle un
individuo mayor, al asistir a una señora para tomar asiento, etc. Gestos cuya
naturalidad depende –en múltiples ocasiones- del sexo, la apariencia, el estado
anímico y cierto interés.
La
amabilidad refleja la solidez de la personalidad, la firmeza de la autoestima,
el rango de educación y es una forma acogedora de relacionarse. Se distingue
por su atención y refinamiento hacia los otros. Su interiorización involucra
elementos emotivos que se omiten explicar.
De
otra parte, incluso varias de mis ex profesoras -brillantes, actualizadas y
memorísticas instructoras “pipiris nais”- consideran que la etiqueta social
sólo consiste en maquillaje, apariencia, vestimenta y manejo de los cubiertos
en la mesa. Pues, nunca trataron estos asuntos de fundamental compatibilidad
para entender la conducta humana. También, observo una distorsionada
interpretación en alumnas que vislumbran la etiqueta como un esquemático e
inflexible manual de vestuarios, colores, texturas, estilos, diseños y modas.
Nada más absurdo, errado y carente de perspectiva.
Sin
embargo, el desempeño de la inmensa mayoría de mis estudiantes demuestra que ni
siquiera saben saludar correctamente, mastican chicles y caramelos mentolados
en el aula, miran su teléfono celular a cada instante, arreglan sus carteras
-sin el más mínimo miramiento- antes de culminar la clase y, por último, al
retirarse del salón se despiden con una visible apatía, rusticidad y
mediocridad, coincidente con su incultura general y su pobre actitud frente a
la vida.
Tan
lamentable déficit en el alumnado hace más adverso el trabajo persuasivo y
orientador. Y, lo que es peor, los referentes existentes a su alrededor
muchísimas veces contradicen y desestimulan el aprendizaje, la interiorización
y la aplicación de estos asuntos necesarios en su entrenamiento profesional. No
siempre los resultados coinciden con mis expectativas. Este círculo vicioso
describe cuantos esfuerzos deben desplegarse para afianzar dichos conocimientos
en un auditorio displicente.
Estudiar
la aplicación de la etiqueta social demanda una mirada integral. Los sujetos
responden a estímulos, perfiles culturales, maneras de pensar, construcciones
emocionales y subjetividades, etc. que obligan a escrutar su comportamiento a
fin de intentar promover la amabilidad en una comunidad totalmente carente de
sentido de pertenencia. En ocasiones me pregunto: ¿Cómo podemos esperar
costumbres agradables en un medio en donde a cada uno sólo le interesa el metro
cuadrado que pisa?
Amigo
lector, no se pueden asumir posturas reglamentarias, rígidas y acartonadas, sin
explorar el interior de cada ser, como hacen las docentes “pipiris nais”.
Analizar la actuación de la sociedad nos facilitará fomentar –con amplitud, a
partir de experiencias reales y libres de prejuicios- la amabilidad en una
colectividad lacerada por la insensibilidad, la ignorancia, la indiferencia y
las carencias de sus integrantes.
Deseo
compartir una anécdota expresiva de lo expuesto líneas arriba: En un instituto
en donde laboro miro a personajes –de diversas edades, jerarquías y
procedencias- que apenas saludan y responden diciendo “buenas” y, además, se
deleitan haciendo bromas ordinarias, transmitiendo habladurías y comentarios
infidentes. Sin duda, la amabilidad está excluida de sus vidas. No obstante,
hace unas semanas llegó la esposa del dueño y “sorpresa”: Florecieron súbitos
aires de prodigiosa gentileza en quienes usan la deferencia en función de
categorías, estatus y oportunismos. Solamente faltó cederle el asiento (que
rehúyen otorgar a otras damas), servirle café y ofrecerle galletitas.
Tenga
presente: La amabilidad hace cómodo y placentero el trato cotidiano. Al momento
de escribir este artículo acabo de encontrar una interesante frase del
periodista y dramaturgo francés Alfred Capus que sintetiza unas cuantas ideas
mías: "Una persona amable es aquella que escucha con una sonrisa lo que ya
sabe, de labios de alguien que no lo sabe".
(*) Docente, consultor en organización de
eventos, protocolo, imagen profesional y etiqueta social. http://wperezruiz.blogspot.com/
La amabilidad
refleja la solidez de la personalidad, la firmeza de la autoestima,
el rango de
educación y es una forma acogedora de relacionarse.
Se distingue por
su atención y refinamiento hacia los otros.
Su
interiorización involucra elementos emotivos que se omiten explicar.
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