Wilfredo Pérez
Ruiz (*)
Desde hace algunas semanas está circulando la última
y pegajosa composición que interpreta Julio Andrade -conocido por su voz de
lija- que bien podría entenderse como una suerte de himno al menor esfuerzo.
“Se la llevan fácil” es el título de ese estribillo que ha suscitado polémica
en las redes sociales, olvidando que expresa una conducta vinculada a la
imperfección, la falta de creatividad y perseverancia.
A través de su
tortuosa letra, la canción de nuestro popular “garganta de lata”, refleja una
realidad mucho más cercana de la percibida y rebasa los ámbitos inherentes a la
ausencia de éxito en los cantantes peruanos. A continuación unos pocos ejemplos
de quienes se la “llevan fácil” ante la indiferencia ciudadana.
Los
políticos son mandatarios de un
pueblo inmaduro, poco agudo en sus criterios de elección, manipulable e
influenciado por estados anímicos. Prometen, mienten, usan sus cargos para
servir a intereses sórdidos y oportunistas y, por último, desfiguran la
política en una cómoda manera de mejorar su estatus. Se apoderan de la
conducción de los partidos, creen ser mesiánicos, compran millonarias
propiedades, terminan involucrados en enriquecimientos ilícitos, desbalances
patrimoniales y hacen de su cometido una forma de latrocinio. Poco o nada les
interesa los destinos nacionales y las demandas de los más necesitados. Los
políticos expulsan de su entorno a los ciudadanos honestos deseosos de servir
al bien común.
Los
funcionarios públicos dedicados a
sellas papeles, poner trabas y, además, vegetan inmersos en su rutina diaria,
jurando lealtades efímeras, obstruyendo el fluir de ideas y propuestas. Estos
servidores frívolos, titubeantes, pusilánimes e insensibles utilizan el estado
como medio de subsistencia, para resolver sus apremios económicos, sin realizar
mayor desgaste cerebral. Olvidaba: Conozco a varios de ellos (de militancia
aprista) a los que por error convoqué para acompañarme en mi gestión en el
Parque de Las Leyendas y cuya ineficiencia no conoció límites. Tras sus buenas
apariencias, modales y formas, se escondía individuos sórdidos y desmedidos en
su deslealtad. Seres poco pensantes que ejercieron cargos de confianza y que,
además, solo sabían “respetar” escrupulosamente los procedimientos establecidos
con el afán de justificar su pobre producción neuronal, su parálisis cognitiva
y su hemiplejia moral. Su desidia permitiría edificar un monumento en alguna
plaza de la capital.
Los alumnos habituados a bajar sus
monografías del internet y obtienen, gracias a sus despistados profesores,
buenas calificaciones por haber “copiado y pegado”, sin realizar el mínimo
esfuerzo pensante para analizar e investigar. Es usual verlos inmersos en las
nuevas tecnologías a fin de reducir los tiempos que demandaría la elaboración
exhaustiva de sus quehaceres. Estudian únicamente para las evaluaciones,
acumulan faltas y se diferencian por su carencia de entusiasmo y entrega.
Los
docentes, esos maravillosos colegas
que llegan tarde a sus jornadas académicas, repiten su inigualable y limitado
libreto en cada ciclo, dejan las mismas tareas, contestan su celular en el
aula, son “mil oficios”, confeccionan exámenes “descafeinados” para evitar emplear
sus valiosos horarios en evaluarlos, cobran cada quincena y así subsisten
durante décadas -convirtiéndose en inamovibles “vacas sagradas”- gracias a sus
influencias. Han transformado la docencia en una labor opuesta a la innovación,
el debate ilustrado y la intelectualidad. Es muy lamentable apreciar un sistema
educativo infiltrado por banales seres que distorsionan la seriedad de esta
noble misión.
Los profesionales
que fingen estar ciegos, sordos y mudos para subsistir en la empresa y, de
esta manera, obvian hacerse “problemas”. No asumen compromisos, evaden decir lo
que piensan, rehúyen exhibir una posición determinada, se limitan en sus
desempeños, puntuales marcan su tarjeta de salida, rehúsan presentar
iniciativas, temen al cambio y “flota” su mediocridad como una botella en el
mar.
Los
piratas intelectuales suelen
reproducir el trabajo de terceros, lo registran a su nombre y obtienen
asesorías empleando inteligencias ajenas. Existen muchos en un país en donde el
plagio es tan común y apetecible como el “ají de gallina”. Incluso es tomado
con sorna en diversos momentos. Lo afirmo con la autoridad de haber sido
copiado en reiteradas ocasiones en entidades en las que el docente es un
proveedor sin derechos y solo con obligaciones.
El
enunciado “se la llevan fácil” es una nefasta manifestación de la informalidad,
el relajo, la actitud tibia, la conducta criolla, la irresponsabilidad, la
ausencia de identificación con los deberes contraídos, la inexistencia de
sentido de pertenencia con nuestras obligaciones, entre otros males. Lo más
censurable es que esto es observado con absoluta resignación en la sociedad
actual.
Debemos
insistir en la imperiosa exigencia de encarar nuestra realidad –con una mirada
crítica, disconforme y reflexiva- a fin de promover una revolución en la
conciencia y en el alma de una comunidad urgida de confrontar defectos, miedos,
apatías y debilidades y, especialmente, comprometerse a superar la enorme
pobreza ética, cultural y cívica que nos lastima.
En
tal sentido, cada uno de nosotros podemos empezar por imponernos nuevos retos,
metas ambiciosas y ganas de superarnos –no solo en lo económico- en nuestra
percepción personal y comunitaria. Recuerde cuando quiera usted “llevarse
fácil”, las sabias palabras del prestigioso escritor norteamericano Richard
Hugo: “El trabajo endulza la vida; pero no a todos les gustan los dulces”.
(*) Docente,
consultor en organización de eventos, protocolo, imagen y etiqueta social. http://wperezruiz.blogspot.com/
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