4 sept 2011

Discurso en recuerdo de Víctor Raúl

Coincidiendo con la celebración del fallecimiento del jefe y fundador del Partido del Pueblo (2 de agosto de 1979) queremos compartir con nuestros lectores el discurso ofrecido por el histórico líder aprista, parlamentario e intelectual Andrés Townsend Ezcurra, en representación del Partido Aprista Peruano, en la ceremonia de honras fúnebres realizada en la Plaza Bolívar ante el féretro de Víctor Raúl Haya de la Torre, presidente de la Asamblea Constituyente.

Compañero, maestro y jefe,

Aquí está enorme y lacerado, el pueblo que tanto amaste y que tanto te amó. Aquí estamos, confundidos en el mismo dolor fraterno, los veteranos y los jóvenes, los hombres y las mujeres, los que profesan el APRA y los que, fuera de sus filas, tienen sentido de la grandeza que contigo se va. Aquí están aquellos a quienes supiste inspirar una fe de intensidades religiosas, aquellos que hicieron de la terca lealtad el ademán de todos los días. Aquellos que sintieron el aguijón de la injusticia y se volvieron a ti en demanda de tu brazo fuerte para su defensa. Aquellos que aprendieron de ti a amar la libertad sobre todas las cosas y a entender que ella se realiza en una sociedad sin oprimidos ni opresores, sin explotadores ni explotados. Aquí está, innumerable y dolido por tu ausencia, el pueblo que tanto amaste y que tanto te amó. El pueblo que se niega a reconocer tu muerte y te aclama, en la yerta soledad de tu féretro, como te aclamó tantas veces cuando en la vigorosa plenitud de tus años lo arengaste con tu palabra prodigiosa. Aquí estamos, empobrecidos y angustiados, porque, de hoy en adelante, nos faltará tu sabiduría profética, tu arrollador impulso, tu inspiradora presencia. 

Te vas con tu grandeza y nos quedamos sin ella. Nuestra soledad es más grande que la tuya.
Para nuestro consuelo podemos afirmar que te vas como un triunfador. Para el realista ingenuo, parecería que tu carrera quedó trunca porque no alcanzaste la más alta magistratura de la república, que tantas veces te dio el pueblo y que tantas veces te fue negada por la violencia o por el fraude. Acaso el destino quiso ahorrarte el quehacer rutinario y prosaico del gobierno. Pero te reservó compensaciones invalorables. Fuiste más presidente que muchos presidentes y mandaste más que muchos mandatarios, porque tu autoridad se ejerció sin coerciones, por el puro ascendiente de tu indiscutida autoridad moral y política. A tu voz, se congregaban muchedumbres. A tu voz, se definían candidatos. Por tu indicación fraternal, pero celosa, se dictaban leyes en beneficio de la mayoría. Para defender tus ideas se lanzaron los héroes del partido a su hazaña y los mártires a su sacrificio. Clarividente, insobornable y señera, la voz de Haya de la Torre acabó por ser la voz misma del Perú profundo.

Eso lo sabías o lo adivinabas cuando, en las vísperas del año terrible de 1932, lo dijiste en Trujillo: «Quienes han creído que la misión del aprismo era llegar a palacio, están equivocados. El camino que conduce a él se compra con oro o se conquista con fusiles. Pero la misión del aprismo era llegar al corazón del pueblo, antes que llegar a palacio. A la conciencia del pueblo se llega, como hemos llegado nosotros, con la luz de una doctrina, con el profundo amor a una causa de justicia, con el ejemplo glorioso del sacrificio. Sólo cuando se llega a la conciencia del pueblo se gobierna, desde abajo o desde arriba». Aquí, en la gloriosa y dolida realidad de este pueblo que te rodea, y del que llora tu muerte en todos los confines de la república, comprobamos que sigues, hoy como ayer, gobernando y mandando sin oro y sin fusiles. Fuiste la expresión misma de la conciencia nacional. El juez y fiscal de la patria.

Pero se te amó, sobre todo, porque supiste amar. Tu lección de cincuenta años no fue la del ideólogo que administra su doctrina con la frialdad de un matemático que demuestra un teorema. Pusiste carne, pasión y sangre en tus ideas. Y las pusiste en defensa de los humildes. Nadie como tú, los atendió mejor. Nadie los quiso con más ahínco. Nadie se esforzó de tantos modos, a través de la reforma universitaria, de la organización sindical y obrera, de la Universidad Popular, del partido, por organizar su redención o su alivio. Fuiste el primero que articuló una protesta en nombre de los pobres, de los marginados, de los humildes. El primero que los rescató de su mundo oscuro y sin esperanzas y les enseñó los caminos de la liberación cultural, gremial o democrática. El primero que cuestionó el viejo orden de la oligarquía y el imperialismo. Desde tu aparición en nuestra escena política, el problema del poder dejó de ser una riña de oligarcas y la justicia social una utopía inalcanzable. Contigo, el pueblo accedió definitivamente al manejo de sus destinos. Tuvo su partido y tuvo su líder. Vio porvenir y luz en su horizonte. Supo decidir y reclamó participar. Nadie pudo ignorarlo en adelante, salvo por el sistema envilecedor y brutal de las tiranías, que siempre combatiste.

Fue tu hazaña crear de este modo, el más poderoso y espontáneo instrumento de unidad nacional. Con afecto sin fronteras, reuniste en el APRA a razas y clases. Blancos, indios, cholos y negros, limeños y provincianos, se fundieron por primera vez en una empresa de salvación colectiva. Obreros, campesinos, clases medias, se organizaron en un partido de trabajadores manuales e intelectuales, consagrado a la defensa común de sus intereses, que además de ser comunes, son mayoritarios. Gracias a ti, gracias a tu obra, Víctor Raúl, el Perú fue más Perú, y la Patria, madre y no madrastra de sus polícromos hijos. Le diste a los humildes y ofendidos, por vez primera, la sensación de participar, de auspiciar un instrumento político de su creación y que maneja con sus manos. Que el pueblo consuma esta obra, es la tarea más importante que nos dejas.

Importa señalar que este empeño, de esclarecimiento y de rebelión santa, no se fundió en las hirvientes calderas del odio. Víctor Raúl lo quiso impulsar por el amor. Para ti, compañero, el hombre común no era el simple guarismo electoral de los partidos cínicos, sino una realidad dolorosa, a veces sangrante, que requería tanto de comprensión fraternal como de mejoras económicas. La tuya, jefe, fue una cátedra de entendimiento y de cariño.

Contigo, maestro, se nos va el creador de la primera doctrina original de Indoamérica. Dejaste oír en épocas ensordecidas por la presencia de ideologías rivales, amparadas por el poder imperial de las superpotencias, la voz, temeraria en su audacia precursora, que afirmó el camino propio de los países latinoamericanos hacia la justicia social. Esta postulación resultó heroica en su época juvenil, cuando el stalinismo sacerdotal y su colectivismo burocrático, exigían rendiciones incondicionales de todos aquellos que se llamaran revolucionarios. Hoy, las tesis autonómicas de Víctor Raúl se encuentran en las corrientes modernizadoras de la izquierda. Pero fue éste revolucionario latinoamericano, provisto de las armas de la filosofía y de la ciencia social, el primero que alzó con increíble coraje la bandera emancipadora. De allí su tesis sobre partidos no clasistas, sino del pueblo, y su valoración esencial del imperialismo. Ningún pensador contemporáneo fijó, con tanta precisión y tan tempranamente, la importancia del imperialismo capitalista, ni señaló, con más exactitud, la estrategia y táctica de la liberación de los países subdesarrollados.

Su pensamiento político, congruente y maduro, forma una inseparable unidad. Desde el ensayo definidor del APRA en 1926 hasta el discurso inaugural de la Asamblea Constituyente del año pasado. No es posible fragmentarlo, porque su interpretación coyuntural, que el maestro acometió en cada circunstancia de la historia, tiene valor de lección magistral e irrefutable.

Estoy seguro, compañero jefe, que junto con nosotros, inclinan este día sus banderas enlutadas los pueblos hermanos de América Latina. Porque nadie, como tú, avizoró más claramente el problema de la unidad y la defensa regional, la necesidad de federarnos en una Comunidad Latinoamericana de Naciones, erigida sobre bases de justicia y libertad. Fue tu empeño el más generoso y más zaherido por los realistas miopes. La utopía aprista, predicada apostolarmente por ti durante medio siglo, se convirtió en necesidad vital de nuestra América para salvarse del coloniaje y solventar su desarrollo integral. Con el nombre de integración, la idea fue tan cara a ti, Víctor Raúl, que por ella desafiaste la ilegalización del Partido y tu propia exclusión de una competencia electoral en la que todo aseguraba la victoria. Estas ideas tuyas, son ya credo común de pueblos y gobiernos de nuestro continente. Para simbolizarlas creaste la primera bandera de la unidad latinoamericana, que hoy acompaña, con la del Perú, los restos que rodeamos. Fuiste, igualmente, un símbolo mundial de paz.

Llegaste como un victorioso al final de tu jornada. Más de un millón de votos te ungió como el preferido de los pueblos en las elecciones para la Asamblea Constituyente. Presidiste este cuerpo con dignidad, con grandeza y con actividad infatigable. Tu cuerpo de luchador veterano se esforzó por seguir las exigencias de una mente lúcida, que se había propuesto servir al país y a la nueva Constitución. Te faltó el aliento a medio camino, pero lo esencial de tu obra estaba hecho. Tu figura, para entonces, tenía ya los perfiles del patriarca nacional, unánimemente reconocido. Tu presencia era garantía de tránsito seguro a la institucionalización definitiva de la democracia y la justicia social, por eso tu recuerdo será un acicate para todos, amigos o adversarios, y perseverar así en el alto propósito que consumió tu vida.

Para el Partido Aprista, en cuyo nombre hablo esta tarde, regirá, indeclinablemente, tu exigencia de unión, que fue la última y rotunda del postrer mensaje que enviaste a los compañeros, el 6 del pasado mes de julio. Para los adversarios, la invitación al diálogo y al juego limpio. Para todos los peruanos, la seguridad de que sólo un vasto esfuerzo solidario podrá resolver nuestros gigantescos problemas. Para América Latina, tu mensaje de unión, como reverdecido y modernizado gajo del tronco bolivariano.

¡Adiós compañero, adiós jefe, adiós maestro! Que el pueblo vele tu sueño de titán caído y luche, como tú luchaste, por la libertad y la justicia. Que Dios acoja en su seno tu alma grande de generador del bien y del amor fraternal en esta tierra.

Te escoltan a la gloria las sombras de nuestros caídos. Sombras de los mártires del 23 de mayo y de los fusilados de Chan Chan, sombras de los ocho marineros y del cristianísimo Phillips, del heroico ‘Búfalo’ y del mártir Manuel Arévalo. Sombras de Jiménez y sus compañeros; de Solano y Zavaleta; de Juanito Mac Lean y de Amador Ríos; del sacrificado Negreiros; sombras de los héroes anónimos cuyas vidas royeron hasta deshacerlas los presidios y las torturas. Sombras del precursor González Prada y del vidente Antenor Orrego; sombra gallarda y polémica de Manuel Seoane; sombra de todos los hermanos y de todos sus pares, de Sandino y de Mariátegui; sombra tutelar del Libertador, que hoy preside este fúnebre comicio; sombras de todos los que quisieron librarnos de la esclavitud, la explotación y la pobreza.

Aquí está, con su dolor y su recuerdo, con una esperanza que nadie marchita, negando a la muerte y a tu muerte, el pueblo, tu pueblo, el pueblo que tanto amaste y que tanto te amó. El humilde, el valiente, el sufrido pueblo del Perú. Digamos como dice el pueblo: Haya de la Torre ha muerto; pero su obra prosigue. ¡Viva el APRA! ¡El APRA nunca muere! 


Haya de la Torre, en la Asamblea Constituyente, con Andrés Townsend E.

No hay comentarios:

Publicar un comentario