Wilfredo Pérez Ruiz (*)
Este es un tema primordial de analizar y reflexionar. Debemos reconocer que es “común” la ausencia de ética en las organizaciones públicas y privadas en donde afanes lucrativos, obtención desmedida de utilidades, permanente maltrato al cliente y trabajador, promoción de productos y/o servicios con “bondades” inexistentes, entre otras acciones muestran una censurable y dominante “cultura empresarial” escasa de valores.
Probablemente, usted amigo lector, integre algún centro de labores o conozca entidades cuyo desarrollo está al margen de consideraciones éticas. Por ejemplo, observamos frecuentes problemas éticos como abuso de poder (utiliza el puesto para pisotear a unos y favorecer a otros), conflicto de intereses (emitir normas en su ámbito de trabajo que redundarán en su propio beneficio), nepotismo (reclutar miembros de una misma familia en una institución), soborno (aceptar dádivas, obsequios o regalos a cambio de dar un trato especial o favor a alguien como retribución por actos inherentes a sus funciones), lealtad excesiva (mentir para encubrir la conducta impropia del supervisor o hacer lo que éste le diga, aún en contra de sus principios morales), falta de dedicación y compromiso (perder el tiempo, hacerse “de la vista larga” y no dar el máximo de esfuerzo), abuso de confianza (tomar materiales de la compañía para su uso personal o hacer empleo indebido de sus recursos), encubrimiento (callar para no denunciar a un traidor, movido por la amistad o el temor), entre otras faltas.
De otra parte, existen originalidades que diferencian e individualizan a los negocios. Cada firma es diferente de las demás en cuanto a su quehacer principal, número de empleados, lugar donde opera, sistema legal, etc. De allí que existen otras formas de instrumentación de criterios de integridad. Sin embargo, es posible construir un “armazón” de estrategias aplicables a cualquier negocio que quiera tornarse en ético.
Las empresas que desean crear un programa de ética, comenzarán por definir sus fines, actividades y características propias que las identifican, entre otros elementos. Los valores no son iguales para cada organización. Una clínica privada tiene distintas prioridades y, consecuentemente, una misión diferente a una cadena de tiendas comerciales. Precisar sus valores es el primer paso para “edificar” su cultura corporativa.
Es indispensable que exista, por parte de los directores, la convicción sincera de convertir a la compañía en una organización ética, lo cual requerirá -en ciertos casos- de transformaciones fundamentales en sus procesos y estructura. El liderazgo y compromiso de los funcionarios de más alto nivel, permitirán que todos los ámbitos adopten fácilmente esta iniciativa como propia. En tal virtud, se recomienda “predicar con su ejemplo”.
Si los ejecutivos actúan conforme a las reglas y cumplen sus responsabilidades, los empleados se sentirán impulsados a actuar de igual manera. Por el contrario, si los gerentes “olvidan” sus compromisos y se comportan de modo irresponsable, los demás –eventualmente- actuarán de forma parecida. Un ejemplo es el ejercicio de la puntualidad que debieran exhibir los integrantes de una empresa. Conozco entidades (incluyendo educativas) en donde, de acuerdo a “jerarquías”, existen privilegios y diferenciaciones. No todos pueden almorzar en el mismo comedor, usar los mismos servicios higiénicos, ascensores, escaleras, estacionamientos, etc. La política del “apartheid” aplicada a la empresa peruana.
Otro aspecto significativo es el código de conducta. Este es un mecanismo cada vez más utilizados por corporaciones que desean establecer el proceder de sus miembros. Estos códigos definen aquellas políticas que se esperan del personal, dejan en claro las acciones que afectan sus intereses y que no pueden ser toleradas, auxilian en la resolución de conflictos internos, contribuyen a crear una mejor imagen e incrementan el sentimiento de identificación de sus integrantes.
Se sugiere que cada empresa tenga un sistema efectivo de divulgación de sus actividades y proyectos, a fin de compartir con su público interno, clientes, sociedad y gobierno la información de sus logros alcanzados, de lo que falta por hacer, de sus planes futuros y aportaciones a la prosperidad de la comunidad. Una corporación abierta y diáfana mantiene canales veraces de comunicación con sus audiencias.
La ética hay que entenderla, sin ambigüedades, como inherente en la existencia de una compañía transparente, prestigiosa y con credibilidad. Su ejercicio no debiera concebirse como un gasto o políticas ajenas a la obtención de mayores ganancias. Es pertinente, hoy más que nunca, comprenderse su valía en las nuevas inversiones, en la fidelidad del comprador, en el bienestar de los trabajadores, en el diseño de un mejor clima laboral y, especialmente, en el aumento de su rentabilidad y presencia en el mercado.
La conducta de una empresa debe coincidir con sus normas y valores gremiales. Por esta consideración, la “ética corporativa” en un elemento que las realza e influye en la conciencia social de su entorno. Anhelamos que en nuestro medio, tan requerido de aplicar lo expuesto en estas líneas, no se cumplan las palabras del influyente y célebre profesor, filósofo y ensayista español José Luis López Aranguren: “Los valores morales se pierden sepultados por los económicos”.
(*)Docente, conferencista, periodista, consultor en organización de eventos, protocolo, imagen profesional y etiqueta social. http://wperezruiz.blogspot.com/
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