Javier
Valle Riestra (*)
La carta pública de Álvaro Vargas Llosa
junior tiene una explicación. El deseo de fama. Muy difícil, atendiendo a que
ésta le corresponde totalmente al padre. Su desafiante carta de estos días a
Torre Tagle, demuestra un afán publicitario a todo costo.
Por
eso invoco a Eróstrato. ¿Pero, quién fue Eróstrato? Era un pastor de Éfeso,
convertido en incendiario. Responsable de la destrucción del templo de Diana,
considerado una de las siete maravillas del mundo. La confesión del propósito
de su crimen le fue sacada bajo tortura, ordenada por Artajerjes. Su fin fue
lograr fama a cualquier precio.
Al descubrirse su intención, se
prohibió, bajo pena de muerte, el registro de su nombre para las generaciones
futuras; sin embargo, tal execrable hecho no bastó para borrar de la historia
la acción realizada. Y su intención de lograr la fama a cualquier precio tuvo
eco en el ámbito de la psicología que denomina como complejo de Eróstrato al
trastorno según el cual el individuo busca sobresalir, distinguirse o ser el
centro de atención.
Por eso, ahora nos encontramos con
Álvaro, que provocadoramente discute los derechos marítimos seculares del Perú.
¿Podía opinar? Sí. Pero, no tenía por qué divulgar su panfleto y menos
llevándolo a periódicos enemigos. Es significativo, así, que el ministerio se
llame Torre Tagle, esa fue la casa del marqués. Presidente del Perú en 1823 y
que desertó de la causa nacional para refugiarse en el Real Felipe, donde
murió. Esa conducta antiestética era explicable hace ciento ochenta años, pero,
hoy, Álvaro no tiene atenuante ni excusa. Es inconcebible que haya dicho cosas
tan desafiantes a sabiendas de que iba a provocar una reacción de condena.
¿Por qué lo hace? Porque quiere abrir
las puertas publicitarias a un libro que piensa publicar titulado, creo, “Y tú
¿Dónde pones tu dinero?”. Llega a decir que “la tradición jurídica y política
peruana mezcla muchos elementos que van a contrapelo de la formación de quienes
van a decidir esto en Holanda. El positivismo jurídico, el formalismo y el
reglamentarismo de nuestra tradición hicieron que a menudo le busquemos tres
pies al gato. La ley no suele ser para nosotros un conjunto de principios
derivados de la sabiduría de los siglos, sino, cualquier cosa que dice el que
manda”. Es decir, una mezcla de nihilismo y de cinismo.
(*) Abogado
constitucionalista, ex diputado, senador y congresista. Ex primer ministro
(1998), autor de libros de Derecho Constitucional. Ex militante del Partido Aprista
Peruano.
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