28 dic 2012

Las cárceles de Alberto Fujimori


Raúl Wiener Fresco (*)


Nada más sencillo que hablar de sentimientos maltratados en días de Navidad. Eso parece haber motivado al falso chino de la Diroes a escribir su cuarta carta desde el encierro en la que esta vez se queja del cambio de la jefatura y el personal del penal que ocupa en calidad de único detenido y que da a entender que se tratara de algunos buenos amigos con los que quería pasar las fiestas de fin de año.


Todos sabemos de las visitas familiares, políticas y de las otras que llenan las horas del ex dictador en el local que le han asignado para cumplir esta condena. Así que es difícil comprender esa queja de soledad que se expresa en la cuarta carta que no sea para mover otra vez el ambiente político y presentar al condenado a 25 años de prisión, como víctima cuando ha cumplido siete años desde que lo capturaron en Chile.

Claro que lo que da ganas de preguntarse es cómo era la política de prisiones de los 90 para saber si al quejoso de hoy le preocupaban las condiciones de vida y las navidades de los que tenía encerrados. No olvidar que varios de los elementos de ese período continúan vigentes y que una de las retahílas más socorridas del fujimorismo es acusar a los políticos de la transición 2000-2001, por la “flexibilización” del sistema y anunciar que su oferta -en caso de llegar al poder- sería una mayor drasticidad carcelaria.

Tres prisiones emblemáticas marcan la gestión de Fujimori: La primera, es Challapalca, a 5 mil 200 metros de altura, hacia donde trasladó a los presos problema (no se atrevió a hacerlo con los de terrorismo) y que ha sido reputado como un área de tortura cotidiana para los presos que deben resistir el frío y la soledad (casi nadie puede visitarlos). El Perú ha sido requerido varias veces para que cierre esta prisión inhumana, pero las autoridades, incluido el inefable señor José L. Pérez Guadalupe, se han negado a hacerlo.

La segunda, es Yanamayo, a más de cuatro mil metros, un poco más arriba de la ciudad de Puno, que permanecía con las ventanas deliberadamente abiertas (bloqueadas con barrotes), para que el viento helado atacara a los presos por la noche, a los que además solo se les permitía una frazada para protegerse.

Aquí se puso a una parte importante de los presos por terrorismo, no importando si venían de climas cálidos. Finalmente, estaba la base naval, sujeta al llamado “régimen cerrado” que restringía las visitas y los contactos con el exterior, asilando a los que estaban dentro.
No estamos discutiendo aquí la calidad de los presos, ni que tampoco que la condena de AFF sea por poca cosa, como parece creer el hombre de las cartas. Lo fundamental es que la prisión es dura porque supone encierro, pero hay quienes le agregan sadismo al sufrimiento de no poder salir y uno de ellos fue precisamente Fujimori. ¿Se imaginan las navidades que habrán pasado algunos de sus presos?

Pero el tipo ya no es solo el llorón de un cáncer en remisión y bajo tratamiento, sino el caballero deprimido que no aguanta más el encierro y poco menos que en el tono en que gritó que era inocente, ahora nos espeta a la cara ¡Quiero mi indulto!!

Y a eso añade: quiero a mis carceleros, quiero mis médicos para que hagan el informe, quiero mis visitas nocturnas… quiero y quiero, como si desde la cárcel siguiera gobernándonos como hace veinte años.

(*) Periodista, escritor, consultor independiente, analista político y económico. Editor de investigaciones del diario La Primera. Autor del libro “Fe de ratas” (2011).

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