Carlos
Penalillo Pimentel (*)
Hace unos días se apersonan a donar
voluntariamente sangre dos jóvenes y ante este inusual hecho, les pregunté que
los motivaba a hacerlo “a nuestra profesora le salvaron la vida y en
agradecimiento venimos a donar”.
A
diario el Banco de Sangre del Hospital Edgardo Rebagliati atiende alrededor de
250 solicitudes de hemocomponentes. Es decir, sangre, plaquetas, plasma fresco
y crioprecipitados a igual número de pacientes ya sea por alguna enfermedad
crónica, accidente o cirugía complicada. Pero la pregunta cae de madura, ¿De
dónde sale tanta sangre para cubrir tal necesidad?
La respuesta ideal sería de los donantes
de sangre como ocurre en muchos países del mundo que alcanzaron ya el 100 por
ciento de donación altruista. En el Perú, a duras penas, llegamos a cinco por
ciento, siendo el resto obligación para cirugías o enfermedades crónicas oncológicas o hematológicas en su
mayoría.
El término exacto de ese 95 por ciento
de donantes es de “reposición”, pero esto no ocurre en la totalidad de casos.
Solo un pequeño número de pacientes devuelven los hemocomponentes consumidos
que fueron los responsables de salvarles la vida.
Esto me hace recordar lo que le sucedió
a Jesús cuando se le acercaron diez leprosos para que los sanara. El accedió,
todos fueron sanados y solo uno fue agradecido para con Dios. Podemos decir
2012 años después que en el Hospital Edgardo Rebagliati no solo diez sino
decenas de pacientes son sanados. No obstante, uno solo se acerca a agradecer y
devolver la sangre usada.
¿Porqué nuestra sociedad es tan
desagradecida? Creemos tener derecho a todo sin dar nada a cambio ¿Porqué nos
cuesta tanto pensar en el prójimo o ponernos en situaciones que algún día nos
sucederá a cada uno de nosotros, o acaso somos inmunes a los accidentes o
enfermedades crónicas?
El camino que nos queda, ante esta
realidad, además de insistir en la donación voluntaria, es el de ser cada vez
más exigente en la reposición de lo usado y crear la conciencia del bien
recibido. Una especie de “cadena de favores” como esa maravillosa película
donde cada favor recibido tenía que retribuirse en tres personas. Es momento de
actuar y no seguir pensando, detrás de un escritorio, el por qué no superamos
ese escaso cinco por ciento de donantes voluntarios.
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