Wilfredo
Pérez Ruiz (*)
Escribo estas líneas unos días antes de
culminar el año. Una fecha de apremios, agasajos, saludos y preparativos para
algunos, y de reflexión, evaluación y análisis para otros. En términos
generales estas jornadas motivan pensar sobre nuestras metas y en lo que hubiéramos
querido forjar y, por diversas circunstancias, no logramos cristalizar en el
ámbito personal y profesional, y también en los objetivos culminados
exitosamente. De una u otra manera, hacemos una autoevaluación del período que
concluye.
Por
otro lado, están los ideales que debemos mantener con firmeza, fogosidad y
expectativa a lo largo del naciente año. Esto me trae a la memoria las
expresiones de Tales de Mileto: “La esperanza es el único bien común a todos
los hombres. Los que todo lo han perdido lo poseen aún”. Este famoso
intelectual griego -uno de los notables astrónomos y matemáticos de la Grecia
Antigua- considerado el primer filósofo de la historia y fundador de la escuela
jonia de filosofía que encabezó al grupo de los “siete sabios de Grecia” y tuvo
como discípulo a Pitágoras.
Recientemente, escuchaba en un programa
de televisión este comentario: “Los peruanos vemos solamente el medio vaso
vacío y no el medio lleno al hablar de éxito en nuestra patria” y me acordé que
cuando no logramos obtener las realizaciones propuestas evitamos mirar la otra
“mitad” tangible de lo alcanzado con un esfuerzo, muchas veces, más allá de
nuestras aparentes fuerzas.
En este aspecto existe un punto de vista
negativo para percibir lo que nos falta tener, más aún en estos tiempos en que
las fluidas comunicaciones facilitan comparar nuestro estilo de vida con el de
distintas sociedades y, por lo tanto, con lo que desearíamos poseer.
Es algo así como el individuo que en el
desierto calma su sed con una cantimplora. Pero, al llegar a un océano sus
necesidades serán, naturalmente, más ambiciosas. Desde mi parecer, tenemos la
“extrema” (para no usar el vocablo “peruana”) costumbre de dar demasiada
importancia a sucesos nocivos y no valoramos lo que, día a día, vamos ganando.
Todo acontecimiento trae infinitas
lecciones y experiencias que moldea mejor a los seres humanos y enriquece su
crecimiento moral, educativo y espiritual. La estupidez, inmediatez, ausencia
de “sentido común” y otras taras impiden aproximarnos a juzgar lo que esas
vivencias brindan, incluso en la eventualidad más dolorosa y adversa.
Estoy convencido que los peruanos
abrigamos mil razones para elevar y fortalecer nuestra autoestima, mirar el
futuro con sentimiento esperanzador, estar plenos de sueños y albergar
actitudes (predisposición a responder de una manera determinada frente a un
estímulo tras evaluarlo) positivas ante el mañana. Veamos juntos el “medio
vaso” colmado de acciones favorables y alimentemos nuestras energías
inspirándonos en el maravilloso país en que hemos nacido y comprendamos el
momento que nos ha tocado vivir y que, por cierto, no hemos escogido.
Si hiciéramos un esfuerzo, íntimo y
honesto, lograríamos aceptarnos y forjar una armoniosa relación de convivencia,
respeto y tolerancia mutua, sin discriminaciones, marginaciones, prejuicios,
ausencias de cortesías y buenos modales. Recuerdo unas palabras del escritor
indigenista José María Arguedas (autor de esa extraordinaria obra titulada
“Todas las sangres”, que es una observación transversal del Perú) en carta a su
amigo el pintor Fernando de Szyszlo: “…Te confieso que me siento bien en los
sucios ómnibus de Lima, junto a los cholitos y zambos. Me parece que así no me
faltarán nunca lo que en mí hay de humildad y de popular. Ha de ser espantoso
creerse distinto y mejor que ellos” (1958).
Arguedas -maltratado por algunos
críticos literarios- fue un acucioso narrador del universo andino y gracias a
él accedí a adquirir una percepción profunda y hermosa de ese mundo al que siempre
hemos dado la espalda.
Debemos empezar identificándonos con
nuestra complejidad étnica, cultural, geográfica y social, y aprender de las
vivencias cotidianas que causan placer. no requerimos
“buscar” una felicidad
que está tan cercana que ni nos damos cuenta de su existencia porque tenemos un
lejano concepto de ella.
La dicha se encuentra en las actividades
nobles que cumplimos, en los amigos que tenemos, en el amor que otros nos
consagran, en la satisfacción de ayudar al prójimo, en el placer de compartir
con la familia y que, sin percibirlo, concluyen siendo grandes logros
apreciados solo desde la retrospectiva de la vida.
Anhelo, para este nuevo período, que
cada día sea un amanecer de voluntades para luchar por una sociedad mejor. Sus
aspiraciones, amigo lector, estén acompañadas de una permanente actitud
crítica, aguda y cuestionadora, expresiva de una sólida valoración y dignidad
personal a fin de combatir las fuentes de embrutecimiento, sumisión, parálisis
de la creatividad y el desarrollo: el conformismo, la apatía y la mediocridad.
Felicitaciones por las insólitas ambiciones que haga realidad.
(*) Docente, consultor
en organización de eventos, protocolo, imagen profesional y etiqueta social.
http://wperezruiz.blogspot.com/
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