Wilfredo
Pérez Ruiz (*)
Hace varias semanas hizo noticia el
entonces ministro de Trabajo, José Villena, no precisamente por anunciar un
nuevo e importante logro en su portafolio, sino por su protagonismo en un
episodio incalificable y deshonroso para un funcionario estatal que, en su
condición de tal, está expuesto al escrutinio ciudadano.
Como
se recuerda, Villena llegó al aeropuerto de Arequipa -el 27 de noviembre- para
tomar un vuelo a Lima, pero pretendió abordar el avión de LAN que estaba a
punto de despegar. A raíz de ello el personal de la empresa y la policía
intentaron detenerlo. Los informes de la seguridad del terminal aéreo señalan
que los insultó y amenazó con despedirlos. Según el parte médico, el ex titular
de Trabajo habría empujado a la empleada de la aerolínea ocasionándole
moretones en el antebrazo derecho.
Este es el segundo personaje del régimen
con actitudes violentistas. El primero fue el congresista Daniel Abugattás.
Durante su gestión en la presidencia del Congreso de la República estuvimos
acostumbrados a sus frecuentes declaraciones altisonantes, desmedidas,
agresivas y confrontacionales, propias de su escasa inteligencia emocional.
Pero, nunca estuvo denunciado por agresión física a una mujer.
Los líderes políticos -para su buena o
mala suerte- constituyen referentes para la sociedad y deben esmerarse en
exhibir una actuación impecable con la finalidad de moldear el obrar de la colectividad.
Quienes ejercen influencia social tienen que meditar las implicancias de sus
acciones. De allí que, a comunicadores, empresarios, servidores públicos, etc.
les corresponde proyectar un perfil concordante con su nivel de ascendencia.
Sin embargo, cada vez son más frecuente
este tipo de inconductas que, probablemente, expresan su absurda creencia
–propia de repúblicas del cuarto mundo- que ellos son “ciudadanos de primera
clase” y, por lo tanto, están exceptuados de acatar las normas y los procedimientos
de los “electores de a pie”. Unas son las disposiciones ha cumplir por nosotros
y otros los cuantiosos privilegios de los burócratas frívolos, pusilánimes e
insensibles que exigen pleitesías virreinales.
Esto me recuerda los padecimientos
afrontados en mi gestión en la presidencia del Patronato del Parque de Las
Leyendas – Felipe Benavides Barreda (2006 – 2007), al ser visitado por
autoridades gubernamentales, congresistas oficialistas y asesores que
pretendían –sin reparos ni vergüenza alguna- un trato y prerrogativas
inadmisibles, como ingresar en sus autos en un sitio atestado de miles de
concurrentes. Hacían llamadas telefónicas, se molestaban e incluso amenazaban
con retirarse de la actividad a la que habían sido convocados. El colmo!
Usanzas como las que motivan esta nota
contribuyen a alejarlos del sentimiento ciudadano. Estos trances acentúan la
falta de credibilidad, prestigio y representatividad de nuestra clase
dirigente. Sus continuos lapsus, sumados a su falta de productividad, cuestionable
moral, carencia de destrezas neuronales y una secuencia interminable de
escándalos, solo sirven para distanciarlos del pueblo y, además, crean un
espacio para los grupos radicales que se nutren de sus deficiencias. Lástima
que todos nos demos cuenta, pero –al parecer- los líderes políticos no lo
perciben debido a su ceguera para analizar las demandas populares.
A la luz de mi experiencia vivencial
creo que las circunstancias discrepantes y de confrontación facilitan conocer
–por encima de apariencias- la capacidad de autocontrol, paciencia y formación
personal. De allí que la reacción del ex ministro “villano” permite saber hasta
donde llega –en instantes de tensión- su termómetro de convivencia. Al parecer
es precario para alguien que, por sus tareas de gobierno, debe tener un mejor
grado de tolerancia.
La buena educación en los hombres y
mujeres que están en la “vitrina” de la opinión del público se sugiere que sea
la adecuada por la trascendencia de su desenvolvimiento. El ejercicio de la
etiqueta social, tal como lo hemos indicado en anteriores artículos, está
acompañado de la empatía, la autoestima y de mecanismos internos de autocontrol
que deben fluir con naturalidad en todo tiempo, circunstancia y lugar. En el
caso que estamos comentando, esto no sucedió.
Más allá de las valiosas consideraciones
de la etiqueta social, quiero anotar que la prepotencia, la discriminación y el
irrespeto a la dignidad humana contribuyen a acentuar las diferencias en un
país contaminado por el racismo y la marginación. Me pregunto: ¿José Villena
hubiera reaccionado así ante mortales de su igual o mayor “estándar” social?
¿Hasta cuando debemos soportar hechos errados y déspotas de los jerarcas del
estado?
Estas líneas las escribo indignado por
el maltrato padecido a una dama y, por lo tanto, comparto estas reflexiones con
usted, amigo lector, acerca de la grandeza de poseer un comportamiento
coherente y consecuente con la “inclusión social” que, por lo visto, fue echada
al tacho por un “villano” huérfano de la mínima condición para defender los
derechos laborales de los trabajadores. Le recuerdo al ex inquilino de la
avenida Salaverry las sabías palabras del director y actor de cine Edward James
Olmos: “La educación es la vacuna contra la violencia”.
(*)
Docente, consultor en organización de eventos, protocolo, imagen profesional y
etiqueta social. http://wperezruiz.blogspot.com/
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