28 may 2012

La vida penitenciaria y los Derechos Humanos


mano Edgardo Altamirano Márquez (*) 


Hoy en día, muy pocos se preguntan ¿Cómo es que viven los privados de libertad?, ¿Bajo qué condiciones de vida se encuentran? Pocos son los interesados y mucho menos los que apoyan la lucha por humanizarla.

Día a día una gran cantidad de delincuentes cometen delitos y no pueden ser apresados, salvo aquellos que cometen delitos como matar, violar, etc. o son sindicados por ello. Además, para que sean definidos, es necesaria una serie de pruebas. Muchos se preguntan ¿Por qué? La realidad de las cárceles del Perú es la sobrepoblación. Esto quiere decir que su capacidad no es suficiente para la cantidad de presos, a tal punto, que los internos exceden la capacidad de las cárceles hasta en seis veces.

La forma de vida que se brinda es deplorable, muchos de los carceleros se aprovechan de los reos en especial de las mujeres y más aún de las que se encuentran enfermas; las comidas que se les brindan son un “tazón genocida” que contiene arroz semi-cocido infestado de gusanos y estofado de papa, al que le agregan alcanfor para sedarlos.

Con respecto a la atención médica es pésima, pues son atendidos por el personal del Instituto Penitenciario Nacional (Inpe), quienes recibieron cursos durante diez días. Muchas veces recetan medicamentos ignorando las indicaciones de dosificación del médico; el tópico es igual que una celda: no existen implementos ni aparatos médicos, así las enfermedades se vuelven más vulnerables al contagio y propagación.

Todo ello, no es de desconocimiento de nuestra sociedad que no imagina como los reos son abandonados cuando tienen una enfermedad que en ocasiones requiere de intervención quirúrgica y sólo si los familiares se enteran y cuentan con dinero son transportados a un nosocomio e incluso hay “que dar para la gasolina y para la gaseosa”. De lo contrario, hay que dar por muerto al reo y en el caso de que este no tenga familiar solo queda esperar a algún alma caritativa que se apiade para sus medicinas, ya que la llamada área de Asistencia Social brilla por su ausencia. Si hablamos de las celdas, estas se dividen en los pabellones A, B y C; miden 1.5 x 1.5 metros y en cada una duermen de tres a cuatro personas.

Asimismo, podríamos decir del contubernio de algunos funcionarios del Inpe con prontuariados reclusos, para permitirles el ingreso de celulares y otras gollerías a cambio de sobornos. Este es un fenómeno recurrente en el sistema penitenciario peruano, pues anteriormente hubo otras denuncias similares e inclusive hay funcionarios en prisión al ser captados “infraganti” en actos de corrupción.

¿Qué hacer al respecto como estado y como sociedad?

Sería necesario desarrollar una política penitenciaria que resuelva el problema de crimen organizado, narcotráfico y terrorismo, mediante una reforma del sistema penitenciario adaptando las prisiones a las nuevas realidades del delito y avances de la tecnología, para evitar que reos de alta peligrosidad, inclusive dentro de las denominadas cárceles de máxima seguridad, manejen desde el interior de las prisiones sus organizaciones delictivas, dirigiendo secuestros y otros crímenes, a través de teléfonos celulares introducidas a los penales corrompiendo funcionarios o burlando su vigilancia por la miniaturización cada vez mayor de los citados dispositivos. Se conoce que los pequeños celulares son introducidos por sus familiares y amistades de las formas más ingeniosas y elaboradas, inclusive en sus cavidades corporales.

El problema fundamental es que las cárceles peruanas han rebasado su capacidad para albergar a más reclusos, dando lugar a la proliferación de drogas, alcohol, armas de fuego y teléfonos celulares para que los “capos” controlen y “cogobiernen” la prisión en forma paralela a las autoridades penitenciarias. Se está gestando un peligroso clima que puede explotar como alguna vez ocurrió en el pasado, con amotinamientos y un numeroso saldo de muertos.

El gobierno ha declarado en emergencia el sistema penitenciario. Durante la gestión pasada de gobierno se desarrolló un plan de infraestructura penitenciaria hasta el 2017 que implica construir establecimientos penitenciarios en diversos puntos del país conforme lo permitan los ingresos fiscales. Dentro de este plan se contemplaba construir una o dos de máxima seguridad, en contraparte a las  existentes que podrían ser catalogadas como de “máxima impunidad”, por los problemas antes descritos.

En estas cárceles de máxima seguridad se trasladarían a los reos de alta peligrosidad, a quienes ya el fin readaptador y resocializador de las prisiones ya no funciona, muchos por la lentitud, lenidad y corrupción del Poder Judicial, que muchas veces decreta la libertad de estos prontuariados delincuentes que salen a seguir delinquiendo, cada vez en forma más avezada. En estas prisiones los reos no tendrían contacto físico con sus visitas y la comunicación sería a través sistemas con auriculares y vidrios de seguridad que permitan ver a las personas y comunicarse.

Si bien existen opiniones discrepantes con este tipo de prisiones, con argumentos como que no se prioriza la readaptación y que se atenta contra los Derechos Humanos de los internos, la sociedad debe defenderse y, por lo tanto, el estado debe  priorizar los derechos de sus ciudadanos.

En algunos países del mundo y, principalmente, en Estados Unidos de Norte América se ha desarrollado un tipo de prisión denominado Supermax, destinados a albergar a reos de extrema peligrosidad, donde están bajo la constante vigilancia de cámaras de circuito cerrado de video y condiciones de encierro en solitario. Los expertos deben evaluar la posibilidad de instalar prisiones basados en esos principios de seguridad.
Mientras dure el proceso de construcción de estas prisiones se debe trasladar a los líderes de las organizaciones delictivas a prisiones del interior del país con las condiciones de seguridad que impidan su fuga, como Challapalca. Por su parte, la prisión de Piedras Gordas I -supuestamente de máxima seguridad- presenta problemas de seguridad. Se sabe que un conocido asesino denunciaba la introducción de teléfonos en la prisión e incluso cámaras de seguridad filmaba al director del penal recibiendo coimas. Las autoridades deben evaluar la posibilidad de instalar un módulo tipo el sistema Supermax para los delincuentes de extrema peligrosidad.

La construcción de otros tipos de cárceles de diferentes grados de seguridad, permitirá la destugurización de las prisiones, albergando a los reos según sus niveles de peligrosidad y, además, aplicar programas de rehabilitación. Al mismo tiempo hay que capacitar y profesionalizar al personal penitenciario para actuar con vocación, honestidad y eficiencia.

La política penitenciaria debe apuntar a fortalecer la seguridad de las prisiones en donde la honestidad de sus funcionarios sólo se podrá lograr con un sistema coherente y profesional y, por lo tanto, con un régimen salarial que posibilite disminuir la impunidad, la corrupción y el contubernio prevaleciente.

A fines del anterior gobierno se trasladaron a peligrosos cabecillas de bandas criminales a cárceles del interior del país y, en consecuencia, cesaron los sonados secuestros a ciudadanos.

(*) Abogado, egresado de la maestría de Gobernabilidad del Instituto de Gobierno de la Universidad San Martín de Porres y ex tercer miembro del Consejo Nacional Penitenciario.

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