Fernando Brugué Valcárcel (*)
Siento mucho orgullo y nostalgia cuando te recuerdo, ilustre abuelo, Papapa, como te decíamos con mucho cariño todos tus nietos. Si bien estuve cerca de ti en la última etapa de tu vida, pienso que fue la más tierna y generosa. Pude conocerte como un abuelo cariñoso, recuerdo que nos llevabas a mi hermano Eduardo y a mí, los domingos de cada quincena del mes, a cortarnos el pelo al Club de la Unión en el centro de Lima, nos contabas cuentos y leyendas sobre los incas sentados juntos en la sala de tu casa de la calle Lord Cochrane en Miraflores, jugábamos cartas y compartías con nosotros.
Fernando Brugué Valcárcel (*)
Siento mucho orgullo y nostalgia cuando te recuerdo, ilustre abuelo, Papapa, como te decíamos con mucho cariño todos tus nietos. Si bien estuve cerca de ti en la última etapa de tu vida, pienso que fue la más tierna y generosa. Pude conocerte como un abuelo cariñoso, recuerdo que nos llevabas a mi hermano Eduardo y a mí, los domingos de cada quincena del mes, a cortarnos el pelo al Club de la Unión en el centro de Lima, nos contabas cuentos y leyendas sobre los incas sentados juntos en la sala de tu casa de la calle Lord Cochrane en Miraflores, jugábamos cartas y compartías con nosotros.
Siempre te vi al lado de mi abuela tratándola con respeto y amor, saboreando sus exquisitos platos, esa deliciosa papa a la huancaína o sopa pía montesa sin igual que todos tanto disfrutábamos, pero también vi en ti un hombre bueno que reunía siempre a su familia. Se me viene a la memoria esos grandes almuerzos y reuniones, especialmente, en alguna festividad donde toda la familia se reunía entorno a mi abuela Martha y a ti, cuando cumplieron por ejemplo sus bodas de oro….toda una vida juntos.
Es increíble la vida tan fructífera y recta que llevaste, no sólo en la pública e intelectual sino en la familiar.
Una temporada mi madre, mi hermano y yo fuimos a vivir a los altos de tu casa de Miraflores, donde había un pequeño departamento, recuerdo que para llegar a él había que subir o bajar unas escaleras que pasaban delante de tu vasta biblioteca, muchas veces sin que nadie se percatara, me quedaba allí, con esa avidez y curiosidad de niño, viendo la infinidad de libros de todo tipo e idioma que allí albergabas. Una vez me sorprendí mucho cuando encontré un libro de magia negra que guarde, sin que nadie se enterara, para revisarlo y que más tarde mi madre encontraría, requisándolo.
En tu casa había libros por todas partes, debajo de las escaleras, en el pasillo, en estantes en la sala, además de muchas antigüedades y reliquias como huacos, muebles coloniales, una espectacular colección de cuadros de todo tamaño de la escuela cuzqueña, que una vez llegué a contar que eran catorce. Estos cuadros, en alguna ocasión me comentaste, que en su gran mayoría provenían de la capilla de la hacienda Chinicara Alta y habían pertenecido a la familia de mi abuela.
Realmente de niño nunca le di mucho valor material a estas importantes piezas, hasta que una vez te pregunte por qué tenías dos keros iguales y tú me mencionaste que los Keros eran vasos ceremoniales incas, que por su función eran sólo uno y que estos eran los dos únicos keros similares encontrados hasta entonces.
Tiempo después cuando se requería pintar tu casa, estando yo más joven, traje a un señor para que la pintara. Este iba todos los días a pintar la fachada de la casa hasta que un día no vino más, cuando me pude percatar faltaba uno de los Keros, el pintor lo había sustraído. Por más que se hizo la denuncia y se detuvo al supuesto pintor nunca se pudo recuperar el valioso Kero, pensé que te molestarías mucho, sin embargo nunca me lo recriminaste, gracias abuelo.
Siempre te veía leyendo, a pesar que ya tenías una avanzada edad, me interesaba saber cómo podías ver a través del gran grosor de las lunas de tus lentes, que más parecían las bases de un par de botellas de vidrio. Leías a toda hora, mañana y tarde, cuando no estabas asistiendo a algún evento o recibiendo a algún estudiante o discípulo. Con el tiempo te quedabas más en casa y hubo más tiempo para la familia, para conversar. Recuerdo que en ocasiones llenábamos juntos crucigramas, que con tu ayuda se hacían muy fáciles de completar.
Te acostabas temprano y te levantabas temprano, comías a tus horas, con una sana rutina, que te hizo vivir tantos años, hago memoria de que no tenías un sólo diente picado y, además, una blanca pero lozana cabellera. Creo que si no hubiese sido por la muerte de mi abuela, que te afecto tanto después de tantos años juntos, fácil hubieses pasado de los 96 años.
De joven leí varios de tus libros, aunque se me hacía muy difícil comprender muchos de ellos, ya con los años comencé a interesarme por conocer mejor tu extensa obra, pero es cuando leí tus memorias que pude acrecentar más ese interés y admiración por la vida tan rica y extensa que llevaste. Releí “Tempestad en los andes”, “Ruta cultural del Perú”, “De la vida incaica”, “Mirador indio”, “Machu Picchu”, entre otras importantes obras tuyas y pude ir descubriendo no sólo al bondadoso abuelo sino al gran historiador e indigenista, que también tanto admiro.
Tus hijos, Ada, Frank y Margot, siempre te quisieron y apoyaron mucho, pero fue especialmente mi madre Margot, tu fiel secretaria durante muchos años, quien se encargó de difundir tu imagen y obra, posta que yo ahora tomo con honor y responsabilidad.
Querido abuelo, no sólo eres ejemplo y orgullo para la familia sino para el Perú. Tu vida y obra han servido más que para reivindicar al indígena, para revalorar nuestra gran cultura andina, factor primordial en la composición de nuestra nacionalidad.
Este año que conmemoramos 25 años de tu partida que no sólo sirva para homenajearte, sino para empezar a investigar, discutir y difundir tu importante obra a las nuevas generaciones en el Perú y el extranjero.
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