María
del Pilar Tello (*)
Rafael Correa ganó las elecciones con
más del 56 por ciento y arrebató a la oposición todos sus reductos. Ahora tendrá
más poder concentrado, contará con mayoría absoluta en la Asamblea Nacional
para aprobar las leyes del reparto de tierras, de la soberanía alimentaria, de
las comunas y de los recursos hídricos, todas fundamentales para la reforma
agraria. También la temida ley de democratización de la propiedad de los
medios, de la concesión de frecuencias y de la información para propiciar
emisores públicos, comunitarios y privados.
Un
tsunami político está a las puertas del país norteño. El triunfo de Correa consolida
el giro a la izquierda de la región y lo profundiza. Fortalece el bloque de
Argentina, Bolivia, Brasil, Uruguay,
Venezuela y Nicaragua con consecuencias en las futuras consultas electorales.
Su revolución ciudadana es personalísima y aunque niegue que continuará en el
gobierno, su juventud y habilidad política le auguran una larga permanencia.
Su victoria se consuma a pesar de que
los grandes medios privados han apostado al desgaste presidencial y al de las
políticas progresistas que alientan estructuras de unidad e integración como
Unasur y Celac.
The Economist le reconoce habilidad
manifiesta en sucesivas victorias. Llamó a consulta popular para una Asamblea
Nacional Constituyente, redujo a la mitad los salarios de los altos cargos del
Estado, incrementó la participación femenina en el gobierno y la administración
pública, logró la aprobación de una nueva Constitución con 81.7 por ciento. Se
atrevió a la reforma financiera, redujo la carga del servicio de la deuda
externa y la reestructuró para no se pagar más del 3 por ciento del PBI.
Pero lo más sentido por la población
sigue siendo la prioridad a los programas sociales con 15 por ciento más de la
inversión del Estado, la duplicación del Bono de Desarrollo Humano de ayuda a
las familias pobres, el incremento del 100 por ciento en el bono de la vivienda
para facilitar la construcción, compra y rehabilitación de las viviendas, la
distribución gratuita de medicamentos. Para las grandes mayorías es la
revolución posible.
Su voluntad política se ha impuesto. Lo
sucedido con El Universo no le ha impedido predicar que la información es un
derecho que no es atendido por las empresas privadas que priorizan el lucro
sobre el deber de informar. Por ello favorece más medios públicos,
comunitarios, sin fines de lucro.
Las cifras hablan y pesan. El desempleo
disminuyó a 4,1 por ciento, record en 25 años. La pobreza bajó 27 por ciento
desde 2006. El gasto en educación se duplicó, se amplió el acceso de la
población a la atención médica, se expandió el crédito subsidiado para
vivienda.
Correa supo manejar el colapso de los
precios del petróleo en el 2008 y la crisis de las remesas debida a la crisis
financiera mundial. Ecuador tiene como moneda el dólar estadounidense por lo
cual no puede usar su tipo de cambio ni aplicar políticas monetarias para
contrarrestar la recesión. Pero voluntad política y capacidad profesional le
permitieron otra visión: reforzó su control del Banco Central y ordenó la
repatriación de sus reservas para que la banca pública concediera préstamos
para infraestructura, vivienda, agricultura, y otras inversiones. Impuso
tributos a la salida de capitales al exterior y exigió a los bancos mantener 60 por ciento de sus activos
líquidos en el interior. Bajó las tasas reales de interés y aumentó impuestos a
los bancos. Renegoció acuerdos con las petroleras multinacionales, incrementó
el fondeo al sector financiero popular y solidario e introdujo reformas
antimonopólicas. Este es el cambio ecuatoriano por el que votaron las mayorías. La región está atenta.
(*) Periodista, analista política,
escritora, docente universitaria, integrante del Comité Técnico de Alto Nivel
del Acuerdo Nacional y ex presidenta del directorio de Editora Perú.
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