Agustín
Haya de la Torre (*)
Conforme se acerca la fecha del cónclave
para elegir al nuevo papa el misterio crece. Al estilo de las viejas monarquías
absolutas reforzado por la infalibilidad del pontífice, el poder en disputa es
grandísimo. Elegirán al jefe de 1200 millones de fieles con métodos
anacrónicos, donde un puñado de cardenales, todos hombres, deciden.
El
papado a diferencia de las otras grandes religiones, organiza un poder
centralizado y concentrado de una manera férrea. El líder de los católicos no
es un niño divino buscado entre cualquiera como hacen los budistas, ni uno más
entre iguales al estilo de los ayatolás. Tampoco es un pastor al que su oficio
no le imprime carácter como en el cristianismo reformado, que no tiene
jerarquías.
El Vaticano le ha dado forma a una
herencia imperial que maneja lo divino y lo humano no siempre con destreza.
Anclada en el pasado, la curia totalmente masculina y provecta, margina del
poder por completo a las mujeres y a los jóvenes. Su desprecio por la mujer es
doctrinario, en la iglesia no pasan de ser servidoras de los poderosos
cardenales. Su concepto ancestral del sexo como pecado, encarnado como
expresión de dominio en la hembra de la especie, tiene profundas repercusiones
en la sociedad occidental.
Su vinculación siempre reservada pero
visible con el poder económico, la convierte en una de las instituciones más
ricas de Occidente. En muchos países de Europa y América, es una de las
principales propietarias de tierras y su banca maneja grandes fortunas, no
siempre de impecable origen.
Esta confusión nunca superada entre lo
que es del César y lo que es de Dios, se ha transformado en la gran carta en
que la iglesia de Roma sustenta su poder. Si se impone una corriente que transe
con los jerarcas culpables de la abominable pederastia, al estilo del cardenal
de Los Ángeles Roger Mahony protector de 129 curas violadores, habrán optado
por el camino de la decadencia. Si continúan sin transparentarse las cuentas
secretas del banco de Dios, sabremos que las mafias seguirán encontrando
refugio seguro en esas oscuras bóvedas.
El poder de una iglesia que impone sus
normas educativas en tensión con el estado laico, es un elemento decisivo para
la cohesión de las sociedades democráticas. Incluso el avance de la ciencia,
clave para el bienestar humano, tiene que ver con el talante del nuevo líder.
Felizmente que después de 300 años le
pidieron perdón a Galileo aunque Giordano Bruno arde aún en la hoguera. Su
papel en la política no es poca cosa y desde su apoyo a los nazis y a los
genocidios africanos, sus decisiones son de cuidado.
La opinión internacional está atenta a
este pleito sin tregua de facciones encontradas que agobiaron a Benedicto XVI.
El mundo del siglo XXI al borde de superar los límites naturales de la especie
humana por el avance de la ciencia, tiene en esta vieja sociedad un problema
nada espiritual.
(*) Sociólogo y
doctor en Ciencias Políticas. Fue diputado en dos períodos consecutivos y presidente
de la Asociación Civil Foro Democrático (2001 – 2003). Director ejecutivo de la
Agencia Peruana de Cooperación Internacional (2006 – 2008).
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