Desde que el tema de la revocatoria
(sacar o no a Susana Villarán de la alcaldía de Lima) ha cobrado su verdadera
dimensión política (adelantar el escenario electoral del 2016 entre los
potenciales candidatos), los elementos sustantivos de ese mecanismo de consulta
han descendido Al sótano del debate.
Lo del
17 de marzo no definirá el castigo o absolución de una gestión municipal. Será
la calistenia de múltiples actores echando las cartas y cruzando los dedos para
proveerse de oxígeno hasta las próximas elecciones generales.
El ejercicio de revocar es una práctica
extendida a lo largo y ancho del país desde su consagración entre las normas de
participación ciudadana. Alcaldes de todas las tendencias y orígenes han
trajinado sus alcances, lo mismo que algunos pocos presidentes y consejeros
regionales. Pero, ello jamás había ocurrido en Lima metropolitana y eso marca
la diferencia de visibilidad. Más aún cuando los sectores de la izquierda
peruana pretendieron convertir el triunfo de Villarán en un paso delante de su
recomposición.
Esto no es verdad. La candidata de
Fuerza Social ganó bajo la fórmula del descarte que ya es moneda común en los
procesos electorales de los últimos 23 años. Sólo Alberto Fujimori 1995
(avalado por la captura de Abimael Guzmán y el arrullo empresarial inspirado en
el modelo económico) tuvo un voto afirmativo. Fujimori 1990 fue consecuencia
del voto contra Mario Vargas Llosa, Alejandro Toledo 2001 contra Alan García,
García 2006 contra Ollanta Humala, y Humala 2011 contra Keiko Fujimori.
Por Villarán se voto contra Lourdes
Flores, heredando incluso el respaldo de quienes apostaron primariamente por
Alex Kouri (tachado de la contienda por el Jurado Nacional de Elecciones), el
ex alcalde y presidente regional del Callao al que los de la izquierda acusan
de fujimontesinista. No hubo ideología. Las masas ahora no están con ella
porque jamás las hizo suyas con la continuidad de las obras y por el estilo
confrontador de sus inicios ediles (al que ahora busca echarle tierra).
Pero la izquierda quiere defender su
espacio. Y los apristas han devuelto el ninguneo edil a su partido sumándose a
la revocatoria. Y Alejandro Toledo como otros, creen que Alan García titiritea
las maniobras de los de Alfonso Ugarte y deciden apoyar a Villarán. Y el PPC –
como siempre – cobra la investidura de una malagua y apoya a la alcaldesa “con
condiciones” (preferible la sinceridad militante de Anel Townsend). Y Keiko
Fujimori demora pronunciarse pareciéndose cada vez más a Flores Nano en la
costumbre de deshacer margaritas cuando todos le piden un “sí” o un “no”.
De esta forma, Villarán – hoy por hoy –
sólo es el pretexto de una lucha encarnizada de actores colaterales. Sus
adversarios la imaginan aplastada por el voto aluvional de los sectores D y
E a favor del “Sí” (las mujeres no
lavanderas de San Juan de Lurigancho se lo aseguran), mientras que sus nuevos
amigos miran a los enemigos del 2016. Ni unos ni otros la quieren de verdad. La
revocatoria ha pasado a convertirse en una prueba de “revolcatoria”, de todos
contra todos.
(*) Periodista,
analista político, con estudios en la Pontificia Universidad Católica del Perú
y columnista del diario Expreso.
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