Muy sentida y diría que honesta nota de
Gustavo Gorriti en el último Caretas. Con todos los recuerdos a flor de piel y
los archivos a la mano el periodista recuerda el viaje que la revista hizo en
un helicóptero hacia la zona de Huaychao, en las altura de Iquicha en Huanta,
el día 27 de enero de 1983, siguiendo, sin saber, la ruta que por tierra habían
recorrido el día anterior los periodistas que también querían llegar a la misma
comunidad de donde habían venido las noticias de la ejecución de siete
senderistas por los comuneros que les habían declarado la guerra y que en el
camino resultaron muertos en la zona de Uchuraccay.
Es
verdad que en medio de las pasiones desatadas se dijo que la preferencia del
general Clemente Noel por la revista obligó al peligroso recorrido terrestre,
pero lo más probable es que Mendívil, de la Piniella, Gavilán y los otros
decidieran ir por su cuenta, sin soporte militar, porque lo que tenían era
precisamente una clara desconfianza en la versión de los militares que el
gobierno había asumido como propia el domingo anterior. En solo tres semanas
del ingreso de los militares a la guerra ayacuchana, las comunidades decidían
eliminar a los subversivos que circulaban por sus territorios, lo que
significaba que en muy poco tiempo Sendero Luminoso sería erradicado.
Caretas, por cierto, tendía a asumir la
visión del gobierno, con el que simpatizaba. La prensa que discutía las
implicancias de la militarización del conflicto buscaba asegurar su
independencia respecto al nuevo Comando Político Militar de la Zona de
Emergencia. En Uchuraccay comienza en realidad una etapa de difíciles
relaciones entre el periodismo y los militares que tuvo varias víctimas
notables en Ayacucho y otras partes del país. Por eso la teoría de la confusión
siempre tuvo serios límites y se convirtió casi en encubridora dentro del informe
de la Comisión Vargas Llosa.
Las fotos que Willy Retto tomó antes de
morir y que son emblemas del coraje periodístico, mostraron un diálogo previo
entre comuneros y hombres de prensa que se rompe y se convierte en violencia. A
los ocho periodistas los matan cuando no eran ningún peligro para sus
atacantes, que los tenían dominados. Al guía y a un comunero que se opuso a la
matanza, los eliminan después, con total conciencia de lo que estaban haciendo.
Ahí la pregunta es si esta acción brutal era propia de una confusión, de un
estado alterado o de una decisión precisa.
Y es en este punto en que se entra al
rol de los militares: ¿Sabían que los periodistas estaban caminando hacia la
muerte?, ¿Estaban cerca de los hechos de violencia como para influir en ellos?,
¿Administraron el proceso para hacer saber la noticia? Lo cierto en todo esto
es que la sangre de Uchuraccay acabó con las pretensiones de una prensa actuando
con libertad y revelando la verdad de lo que estaba pasando. Para algunos
medios esto fue un cómodo pase a voceros de la versión oficial. Para otros el
desafío se agrandó y se situó entre la vida y la muerte
(*) Periodista, escritor,
consultor independiente, analista político y económico. Editor de
investigaciones del diario La Primera. Autor del libro “Fe de ratas” (2011).
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