Wilfredo
Pérez Ruiz (*)
Diversas razones permiten afirmar que la
ética, aplicada al quehacer de la entidad pública o privada, constituye un
importante instrumento para el devenir empresarial. Adquiere directa
implicancia en el bienestar de sus colaboradores, en el comportamiento
organizacional y en mayores márgenes de ganancias. Es pertinente
comprender su valía en las nuevas inversiones, en la fidelidad del comprador,
en el diseño del clima laboral y en el aumento de la presencia en el mercado.
Sin
ambigüedades es una herramienta capaz de garantizar la marcha de la empresa. Es
decir, concurren sinnúmero de motivaciones para inspirar una conducción
sustentada en valores. Algunas de esas razones pueden ser: Corrupción,
especulación financiera, venta de productos malogrados o por caducar su tiempo
de vida, desastres medioambientales, ausencia de claridad en adquisiciones y
licitaciones, tráfico de información reservada, etc.
Un factor central es la presencia, en
los altos mandos de la organización, de una convicción sincera para emplear la
ética. El liderazgo y empeño de sus funcionarios facilitará la adopción de esta
iniciativa como propia. Se recomienda “predicar con el ejemplo” y, además, debe
manejarse transversalmente a fin de asegurar su implementación en todas las
áreas. Su conducta debiera evidenciar la vigencia de los valores corporativos
(solidaridad, diálogo, honestidad, puntualidad, lealtad) en el día a día de la
compañía.
Se sugiere que los ejecutivos
constituyan referentes e impulsen estos valores en sus colaboradores. Por el
contrario, si olvidan sus compromisos pueden inducir actos ajenos al marco
ético empresarial. Coexisten entidades en las que se establecen
diferenciaciones. La “misión” destaca la igualdad y, por el contrario, no todos
pueden utilizar los mismos servicios higiénicos, ascensores, escaleras,
estacionamientos, comedores y obtener similares subvenciones con el afán de
acceder a programas de capacitación e incentivos.
La ética posee varias ventajas para las
empresas. La aplicación de criterios éticos aumenta la motivación del personal
cuando aprecian respeto por los valores; genera una fuerte cohesión cultural
-que la diferencia de la competencia- a partir de los desempeños de las
personas de la organización; mejora la imagen sustentada en la reputación que
ofrece cumplir promesas, reducir quejas, evitar acciones legales y gozar de
respeto y confianza; rehúye casos de corrupción gracias a la implementación de
estrategias tendientes a obviar posibles conflictos.
En tal sentido, tiene una visible
dimensión en los ámbitos interno y externo. En el primero, se debe poner
especial énfasis a la demanda ética de los empleados, que exigen valores que
eviten malas prácticas en la administración de los recursos humanos. De esta
manera, se impedirá la discriminación, el acoso moral, la falta de retribución
justa y una carencia de confidencialidad.
En el segundo, la compañía enfrenta
disyuntivas relacionadas con los productos, proveedores, accionistas, opinión
pública, clientes, autoridades, etc. Así se prescindirá de la ausencia de
nitidez informativa, publicidad engañosa, impactos medioambientales, corrupción
y deficiente calidad de los productos.
La ausencia de ética conlleva serias
consecuencias. Por ejemplo, nuevos procesos judiciales, prohibición de
participar en contrataciones, retirar mercadería por deficiencia en su elaboración,
limpiar derrames petroleros e industriales, reclamaciones de acoso de los
empleados e inclusión en listas “negras” internacionales. Todo esto influirá en
la aceptación de la empresa en sus audiencias.
La corporación debe encaminar su
desenvolvimiento interno y externo en un definido número de principios. Se
requiere coherencia entre sus valores y los perfiles de sus integrantes. En
ocasiones es omitida esta evaluación a partir de considerar solo aspectos
cognitivos y labores y, por consiguiente, restarle connotación a la composición
integral del individuo que desea incorporarse en una empresa con estándares
éticos.
Por su parte, el aparato estatal cuenta
con disposiciones puntuales que obligan a acatar determinados conceptos éticos.
Es indudable la falta de una real voluntad para plasmar este conjunto de normas
que, desde la perspectiva de los intereses partidarios, son incómodas cuando
subsisten habituales intencionalidades sórdidas en todos los gobernantes de
turno con la ambición de convertir el estado en su “caja chica”. Concretan
latrocinios, negociados, nombramientos irregulares, cuestionados procesos de
compras y, en el más benévolo de los casos, brindan un puesto de trabajo a sus
desempleados operadores políticos, entre otras tantas anomalías.
Prevalecen reticencias en las
instituciones públicas –a partir del control ejercido por los partidos en el
gobierno- sobre la obligación de incorporar la transparencia, el acceso a la
información, la neutralidad política, la postura honesta, la
presentación de declaraciones juradas patrimoniales, la igualdad de trato, el
uso adecuado de los bienes e información y evitar el nepotismo. Pues, estas
medidas interfieren con las innegables intenciones de las agrupaciones
políticas en el poder.
Eso me trae a la memoria el aviso que
colocamos en la puerta del Parque de Las Leyendas el 2006: “Esta es una institución al servicio de la comunidad, aquí se vive la
ética y se práctica la meritocracia y no aceptamos tarjetazos”. Este gesto
y otras decisiones demostraron la autonomía y decencia de una gestión intensa
en el propósito de reconciliar la ética con la función estatal. Esta complicada
e incomprendida tarea demandó enfrentar complejidades, miedos, silencios
interesados, actitudes soterradas y el proceder titubeante de un sistema que
lleva la “marca Perú”.
Este inusual estilo generó
inconvenientes en un medio en el que sujetos de trayectoria impropia ven una
cantera de oscuras oportunidades destinada a compensar sus frustraciones,
mediocridades y ausencias de realizaciones profesionales. Fue difícil lograr
que el servidor público actúe con lealtad ciudadana y se sienta obligado a
eludir valerse de su posición para conceder favoritismos, como sucede ante la
mirada conformista, sumisa y cómplice de muchos.
La satisfacción de integrar la ética
justifica las adversidades afrontadas en una colectividad lacerada por una
profunda crisis moral que repercute en la esfera corporativa y tiene hondas
secuelas en nuestra convivencia social. La acción honorable será siempre un
estímulo inapreciable en el progreso de la persona y la sociedad.
(*) Docente, consultor en organización de eventos,
protocolo, imagen profesional y etiqueta social y ex presidente del Patronato
del Parque de Las Leyendas – Felipe Benavides Barreda. http://wperezruiz.blogspot.com/
El
autor de la nota firma la Declaración de Ética -promovida por iniciativa
suya-
durante su gestión en la presidencia del Parque de Las Leyendas.
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